Con el tiempo, las palabras cambian su forma de escribirse, su manera de relacionarse con otras y hasta su significado. El uso y los tiempos las ennoblecen o envilecen. La idea de este artículo es invitar a la reflexión sobre cómo el idioma nos refleja como personas y como sociedad. Aprenderíamos mucho si nos escucháramos atentamente unos a otros, pero aprenderíamos más si nos escucháramos a nosotros mismos.
Aparte del uso correcto del idioma, hay un matiz cuyo análisis nos haría un gran servicio. Se trata de las expresiones comunes de las que nos servimos para sintetizar conceptos.
Esas expresiones nos ayudan a comprender quiénes somos como sociedad. Revelan nuestras taras y nuestra cultura. Además, nos ayudan a mejorar el trazo de nuestra vida si así lo queremos.
Por ejemplo, es común hablar de linchamiento político. Imagino que los suecos no tienen una expresión similar, mientras que para nosotros es una locución clara y sintética.
¿Por qué los suecos no habrían de decir algo parecido? Porque el linchamiento, el acto que describe el ataque brutal de una turba enfurecida e idiotizada contra la razón no se practica en aquellas tierras, pero para nosotros es pan de cada día.
Es posible que consideremos inapropiado decir puta o mierda (no estarán en un discurso solemne), pero no tenemos ningún problema con decir linchamiento. Es decir, somos salvajes pero recatados.
Otra palabra que va y viene todos los días es conflicto. No hablamos de desacuerdos o diferencias de opinión porque esta sociedad violenta no está acostumbrada al mutuo acuerdo y a la comprensión. Así que elevar las cosas al grado de conflicto nos lleva al terreno donde mejor nos sentimos y desempeñamos. La vaca muge, el gato maúlla y nosotros nos remitimos a formas de violencia durante la búsqueda de la paz social.
Es curioso que existan organizaciones sociales con órganos que se llaman de conflictos. Y solo ellas saben si la finalidad es crearlos o resolverlos. Usar otra cosa sería parecer suaves, tiburones desdentados o cooptados. A propósito, desde los años 1980 escuchaba esa palabra y no podía comprenderla. Según el diccionario de la RAE, cooptar significa: «Llenar las vacantes que se producen en el seno de una corporación mediante el voto de los integrantes de ella». Recuerdo que me daba pena dejar ver mi cara de desconcertado cada vez que la escuchaba.
Podríamos construir juntos una lista de expresiones que delatan nuestra mansa coexistencia con cosas que nos delatan como una sociedad violenta, excluyente y racista.
Se dice que los esquimales no tienen una palabra para reflejar el concepto de guerra y que reconocen una veintena de tonos de blanco. Su idioma refleja una cultura pacífica y una convivencia estudiosa con la nieve. ¿Qué puede decir de nosotros la expresión matar dos pájaros de un tiro? Me esfuerzo por no utilizarla en lo cotidiano y no he encontrado una expresión equivalente que no refleje violencia contra los animales y uso de proyectiles.
No queremos que nos impongan algún impuesto de guerra, que así le llaman indistintamente algunos Gobiernos municipales y grupos criminales para hacernos saber que utilizar su territorio conlleva una penalidad económica coercitiva.
También tenemos un trato hipócrita hacia quien ejerce o se atribuye autoridad. Así, el policía que nos detiene ya no es eso, sino todo un señor agente, que hasta gratuito ascenso de rango se puede llevar. También puede cosechar un jefe y, por qué no, hasta un patrón. Esto puede ser reflejo de las modalidades de autoritarismo al que históricamente ha estado expuesta esta sociedad, aunque también evidencia una cultura de falsa sumisión y de ocultamiento de nuestros pensamientos e intenciones, especialmente cuando se tensa la cuerda.
Aquí más pruebas de nuestra autoritaria y violenta cultura: llego al balazo, se fusiló el documento, la pasaron por las armas, hay que ponerlo firmes y es que no se cuadra.
¿Por dónde deberíamos empezar para desarrollar una cultura de paz que atravesaría temas de religión, sexo, cultura y otros?
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