Sustentados en el respeto al libre mercado, gobiernos y sociedades se degradan y exhiben sin recato el producto más cruel de sus sistemas e historia. En países como Brasil, Argentina, India o Sudáfrica, las agencias de viajes se disputan favelas, villas de miseria, slums o barrios marginales, como cada quien decida llamarle a los lugares donde habitan “los de afuera”, antes mejor conocidos como “los de abajo”.
¿Qué se sentirá ser pobre? Inquirió con sátira uno de mis estudiantes de aula hace algunos años, sin imaginar que la respuesta podría encontrarla años más tarde pagando US$60 o € 48 por una excursión de tres horas, o bien, US$ 150 ó € 100 por un reality-tour, en el cual podría vivir como pobre por algunos días.
En esta página: http://www.joinrio.com/ES/rio-es/vivir-rio-janeiro/favelas-2 los tours por las favelas de Brasil forman parte del menú promocional de paseos por el Corcovado, los espectáculos de samba, la visita al Pan de Azúcar o las playas de Ipanema y Copacabana. Guías, traductores y guardias de seguridad acompañan a los turistas norteamericanos y europeos a mirar la pobreza, no para transformarla sino para conocerla, por curiosidad o morbo, para experimentar emociones extremas o tener algo novedoso que contar.
El guía describe el paisaje: cuenta sobre las incomodidades y efectos psicológicos del hacinamiento; muestra a los vendedores de droga y los prostíbulos desbordados de niñas y adolescentes; exhibe a niños inflados de lombrices o divagando en el túnel de sus adicciones; habla sobre la organización, las solidaridades, la agresividad e invita a aspirar pausadamente el desagradable tufo a cloaca. Los visitantes se afanan por capturar con sus cámaras las imágenes de aquella aventura que luego de ser contada, será organizada en un nuevo y decorado álbum de recuerdos.
Las opiniones sobre este nuevo giro de los tours o paradójicos viajes “de placer” están divididas. Poco se ha explorado sobre las motivaciones de quienes los pagan, y menos aun, sobre el sentir de los forzados anfitriones, los pobres.
Hay quienes califican de degradante esta nueva forma de conocer la “otredad” (argumento moral). Otros, afirman que es una buena manera de abrir los ojos y sensibilizar (argumento social). Finalmente, están quienes dicen que este tipo de turismo es una oportunidad, dado que los pobres aprovechan para vender comida; cobrar por servicios de seguridad y dejarse fotografiar; para ofrecer escoltas y guías nativos; e inclusive, vender singulares souvenirs (argumento económico).
¿Sensibilización o trivialización del infortunio? Me es imposible creer que existe un atisbo de responsabilidad social empresarial en iniciativas que mercadean fría e inescrupulosamente con la desgracia ajena.
Los efectos son aun desconocidos y podrían sorprender por su impredecibilidad en el futuro (para bien o para mal). Como sea, siento disgusto al pensar que poseemos todo el potencial para convertirnos en una cuna más del espectáculo de la pobreza.
Ser pobre no es sinónimo de objeto, tonto; primitivo; “alien”; fantoche; rareza de microscopio, de jaula o probeta. Todos, –sin importar la condición económica– merecemos ser sujetos de consideración y respeto. O es que acaso, ¿a usted le gustaría sentirse especie de zoológico? ¿ Y ser invadido en su privacidad?
Paul Sartre afirmaba que “Lo más aburrido del mal es que uno se acostumbra”. Más que aburrido es triste, indignante, preocupante. Las visiones mercantilistas, light y fragmentarias de la miseria son expresión de una perniciosa costumbre y su consecuente indolencia, pero además amenazan con consolidarla. El énfasis debe ser el pobre –sus sentimientos, expectativas, necesidades y demandas–, y no el lego con su obvia impertinencia.
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