Su afirmación: “Quien lleva a casa dinero ganado con la corrupción da de comer a sus hijos pan sucio” y el anatema lanzado contra los cristianos corruptos y de doble moral: “Merecen ser lanzados al mar con una piedra en el cuello”, refiriéndose a quienes roban al Estado y a los más pobres en tanto ofrendan en la Iglesia, sacudió a la cachurecada.
Las cruces farisaicas con que usualmente se rasguñan la cara ahora se las estarán haciendo para pedirle a Dios que se lo lleve pronto.
La verdad, así como me fue difícil concebir el fin de la Cortina de Hierro, me fue espinoso imaginar que un Papa lucharía —en plena globalización y con los vientos del postmodernismo soplando por todos lados— contra la perversión de la verdad. Pero a ojos vista, Francisco nos ha colocado en un estado de aguardo del comienzo de la esperanza, y también, en el camino hacia una paz sólida que sólo puede surgir como resultado de la justicia y la caridad. Y por ello hemos de congratularnos.
Sin embargo, los reaccionarios no se han hecho esperar, aún sacristía adentro. Da pena escuchar —de labios supuestamente devotos— declaraciones improcedentes contra la postura de Francisco respecto del rol femenino en la Iglesia. Recientemente el Papa declaró: “Sufro cuando veo a las mujeres reducidas a la servidumbre en la Iglesia”. Y se necesitaría estar enloquecido para no darse cuenta que lo dicho por él es absolutamente cierto.
Ad extra, la fiscalía italiana está preocupada por la seguridad del Pontífice ya que asumen que el camino por él tomado ha puesto “nervioso y agitado” al mundo de la mafia y “los capos podrían darle una zancadilla”.
Si sumamos lo Ad intra y lo Ad extra, vaya futuro el que le espera.
En la Iglesia, indistintamente de si estemos de acuerdo o no con las exigencias de vida que demanda, quien por voluntad propia las haya aceptado, debe honrar sus compromisos. Más si en ello va el ejemplo. Porque, entre las virtudes que se requieren, está la humildad y la obediencia. Pero, ¿qué humildad y obediencia puede haber en una postura que entra en ruta de colisión con las declaraciones pontificias cuando éstas pregonan que: “La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer”? Francisco recientemente declaró “Necesitamos una teología profunda de la mujer”.
Estas personas denotan una misoginia galopante que los retrata como hombres que no hablan con el lenguaje del corazón. También, como seres que no aceptan la posibilidad del diálogo que puede tener lugar entre Dios y el hombre (mujer y hombre).
Y no se trata de implantar obediencia donde no toque obediencia. Es cuestión de sentido común. La mujer debe tener un lugar preeminente dentro y fuera de la Iglesia.
Mientras eso sucede, grandes teólogos como Leonardo Boff están tomando simples frases dichas por el Papa para profundizar en el sentido de volver a las fuentes del cristianismo. Nada nuevo si consideramos que Bartolomé de Las Casas, en el momento de su conversión en la Isla La Española el Cuarto Domingo de Adviento de 1511, dijo: “Necesitamos estrenar el Evangelio”.
Se refería no tanto a sentar cátedra sino a hacerlo vida en el servicio a los más humildes.
En esa dirección, Francisco está refrendando lo ya definido pero cómodamente olvidado. Su puesto es: Siervo de los siervos de Dios.
Así las cosas, quienes nos consideremos católicos y todas aquellas personas de buena voluntad, debemos apoyarlo desde donde podamos: Con nuestras oraciones, mensajes y declaraciones, todos por Francisco.
El Altísimo lo guarde y lo cuide.
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