Y ello no deja de ser una verdad a medias en el sentido de que no es bueno vivir en el pasado, pero sí es bueno recordarlo para entender el presente, consolidar las bases para las generaciones sucesivas y propiciar, como dice el libro sagrado k’iche’, «verdaderos y buenos caminos, que sean anchos, y la paz quieta y sosegada, la tranquilidad, la buena vida, las buenas costumbres, la amabilidad, la bondad en nuestro ser y pueblos en buena existencia y humanidad» [1].
Entender pasado, presente y futuro como un todo es el llamado de la cosmovisión maya. Sin embargo, desde la colonialidad impuesta por Occidente, la fragmentación de las prácticas y de los saberes, así como de los territorios y de la sociedad, ha sido la constante histórica que nos impide entender y actuar sobre el presente —la vida concreta y material—, que se enraíza en los hechos pasados y condiciona prospectivamente el devenir de la humanidad.
Lo anterior se relaciona con la actitud de los segmentos ladinos/mestizos, en su mayoría, ante los hechos acontecidos el 20 de octubre de 1944. Año tras año sus pensadores repiten nostálgicamente los mismos estudios, hechos y enfoques. A decir de Carlos Guzmán Böckler, fue un movimiento urbano y de clase media que logró importantes avances en materia laboral universitaria, deportiva y, en síntesis, democrática. Pero eso se diluyó.
Un repaso sereno y objetivo de lo que acontece con nuestra universidad estatal demostraría que aproximadamente a partir de 1980 se han venido debilitando los postulados revolucionarios: una crisis académica, burocrática, ideológica y política que con las denuncias de la Cicig contra varios rectores cierra el ciclo iniciado en 1944, de lo cual queda actualmente una cobertura a la juventud nada más del 5 %.
En materia laboral, el desempleo es alto y los salarios mínimos bajos. Hay injusticia laboral. La amenaza de la contratación a tiempo parcial, los salarios diferenciados, la disminución del salario mínimo, el aumento de la canasta básica, una informalidad laboral de más del 70 % y miles de jóvenes alimentando anualmente el desempleo ponen en entredicho no los postulados de la revolución, sino a la sociedad que no supo desarrollarla.
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La autonomía del deporte y de las municipalidades ha sido aprovechada actualmente por estructuras de poder ilícitas para acaparar las dirigencias deportivas y muchos poderes locales. Según la Cicig, mucho del financiamiento de los procesos electorales nacional y locales proviene del crimen organizado. La descentralización quedó sepultada en el formalismo de la llamada trilogía de leyes.
El sistema de justicia es hoy el menos confiable por los niveles de corrupción ejercida por estructuras paralelas de poder. El modelo económico sigue siendo colonial en sus propósitos extractivistas y poco desarrollado. El racismo es la sombra fatal que cubre territorio, Estado y sociedad.
No supimos como sociedad apropiarnos de los principios revolucionarios, generalizarlos y desarrollarlos en la práctica social. Y hoy somos una sociedad que, a pesar de tener una mayoría joven, luce vieja, cansada y apática. No nos indignamos ante la gravedad de la situación del país, que a nivel latinoamericano presenta unos de los más bajos indicadores en materia educativa y de salud, siendo la desnutrición de la niñez su carta de presentación.
Un psicólogo me decía que, cuando uno envejece, solo habla del pasado y el presente se hace difuso. Por eso nos recreamos en lo que pasó, en lo que hemos vivido. Y está bien siempre y cuando pongamos los pies en la tierra y pensemos no en el futuro que se nos escapa, sino en el de nuestros descendientes.
La situación es compleja y complicada y, como dice Zygmunt Bauman, vivimos una modernidad líquida donde el Estado sólido, la familia estable y el empleo permanente se han diluido: solo son recuerdos.
El foco de interés debería ser la juventud, nuestra descendencia; cambiar sus miradas tristes y temerosas, las condiciones de pobreza, enfermedad e ignorancia, por el brillo de la esperanza, por la alegría, por el buen vivir; postergar nuestras diferencias, desencuentros y descalificaciones; accionar, y no solo recordar, para encaminarnos a la construcción de ese futuro que es consecuencia del pasado y del presente.
Parafraseando a Vargas Llosa, ¡los tiempos futuros también serán tiempos recios!
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[1] Chávez, Adrián Inés, traductor (1979). Pop wuj. México: Ediciones de la Casa Chata.
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