En estos días de juicios y revisiones históricas; con todos los mensajes, comunicados e incluso suplementos de periódicos, un buen amigo hace el comentario que tras leer uno de los más trogloditas hasta en su diseño sintió por un momento que de nuevo estaba calzado con los famosos tenis “bracos” de Adoc, comiendo “pikarones” y escuchando su disco de acetato con “El año del gato”, absolutamente setenteros solo que las nostalgias también llevan a las imágenes de los Toyotas “Land crusier” y las...
En estos días de juicios y revisiones históricas; con todos los mensajes, comunicados e incluso suplementos de periódicos, un buen amigo hace el comentario que tras leer uno de los más trogloditas hasta en su diseño sintió por un momento que de nuevo estaba calzado con los famosos tenis “bracos” de Adoc, comiendo “pikarones” y escuchando su disco de acetato con “El año del gato”, absolutamente setenteros solo que las nostalgias también llevan a las imágenes de los Toyotas “Land crusier” y las pistolas 38 de cañón largo.
Asomarse al pasado como personas o como sociedad no es fácil, y es difícil hacerlo pero debe ponerse en el plato de la balanza el que algunas cosas pueden estar mejor que antes al menos en lo que respecta a las libertades. En “Carne trémula” una de las películas de Almodóvar, muestran un cambio de la sociedad española; al inicio el protagonista nace en un autobús durante una noche fría y vacía de la dictadura Franquista y luego, al finalizar, el hijo del protagonista nace en un taxi durante un luminoso atasco de tráfico de la era democrática.
Para el caso guatemalteco y personal, me gusta contar lo que en una ocasión he razonado conociendo el Centro Cultural Metropolitano. En 1985 y 1986 trabajé en la Sección de Fardos Postales de Correos y recorrer ahora el edificio reconvertido representa un excelente ejercicio de nostalgia; en aquellos años existía una oficina de los servicios de inteligencia del Estado que incluso se encontraba ubicada idealmente para su carácter en uno de los recovecos de la construcción. En esa oficina se “sometía a control” la correspondencia que a criterio de estos agentes les parecía sospechosa de ser subversiva (incluida aquella que lograban establecer transportaba algún valor).
Ese espacio físico y su uso temporal siempre me pareció lo más despreciable que pudo haberse mostrado de la forma como esta sociedad vivía, ahora; el día en que recorrí el Centro Cultural montado en el antiguo Palacio de Correos, en ese mismo lugar estaban un grupo de niños y jóvenes aprendiendo y practicando ajedrez, ¡vaya cambio!. Puede ser que no hayan mejorado los indicadores básicos del bienestar de la población y que a eso se le atribuya ser las “causas que mantienen vivos los conflictos”; pero en el tema de las libertades sí que algo ha mejorado.
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