Sin embargo, a nivel internacional en estos días, para conmemorarla, el peruano Mario Vargas Llosa nos ha regalado su obra Tiempos recios, en la que aborda, según su particularísima perspectiva, qué fue lo que pasó para que después de diez años este proyecto político finalizara en Guatemala.
¿Qué condujo a que tan prestigioso autor se fijara en este acontecimiento y se decidiera a novelarlo? Más allá de la respuesta que el mismo Vargas Llosa ha dado —que también puede ser una ficción—, las verdaderas intenciones de fondo quizá se nos develen completas algún día.
En todo caso, lo que sí puede afirmarse es que Tiempos recios es un libro que cuenta con una extensa y variada documentación y que el mismo autor visitó los lugares de los que escribe (ahora vemos por qué estuvo en Guatemala y habló con los narradores orales zacapanecos —el lenguaje chapín se reproduce con bastante acierto y fidelidad—).
Interesante es también el hecho de que la obra circule por las redes en un formato digital para descargar en cualquier dispositivo afín. Ello demuestra que, más allá del hecho comercial de venderlo, se pretende que, en efecto, este sea un libro leído y que el prejuicio o la falta de recursos no sean un pretexto para no conocerlo.
Otro dato revelador es que el mismo Vargas Llosa presentará la novela el 3 de diciembre en Guatemala, en el Teatro Nacional, y que, aunque el evento será gratuito, será necesario reservar la entrada con antelación por vía electrónica. Con tanto bombo y planificada difusión de la obra, ¿qué es lo que en realidad se pretende? Además, ¿a quién le interesa, aparte de a la editorial y al mismo autor, que el libro sea leído, comprado y comentado?
[frasepzp1]
«Todo libro es político». A partir de esta frase observamos el contexto internacional en que la obra se publica. La Cicig está fuera del país, el Pacto de Corruptos aparentemente ha ganado una importante batalla y hay un retroceso en casi todas las áreas del desarrollo en Guatemala. A la vez, Estados Unidos quiere que este sea un tercer país seguro. Es obvio que en las actuales circunstancias no se cumple con las condiciones mínimas para que ello suceda. Entonces, es necesario modificar dichas condiciones. La edición de esta obra, su difusión y el hecho de ser escrita por un autor con el perfil del nobel de literatura, con sus marcadas ideas políticas de derecha, podría ser uno de los elementos que contribuyen a crear un clima apropiado para motivar dichos cambios. Sin duda se están dando y se darán otros aun cuando no nos percatemos de ello. El mismo libro, en su capítulo uno, así lo evidencia.
Es claro que para una sociedad como la guatemalteca, donde los estudios históricos son poco profundos, incompletos y muchas veces inexistentes, y donde la mayoría de la población que tiene la capacidad de adquirir libros en realidad no lee, lo aseverado por Vargas Llosa en su novela, si bien es una ficción con algunos hechos y personajes históricos de fondo, terminará, con el tiempo, por convertirse en la verdadera y única historia oficial de esos años. Es decir, de ahora en adelante, esta es la historia de la posverdad.
Entonces, cabe preguntarse cuál es la visión que sobre la Revolución de Octubre y la Contrarrevolución se muestran como verdaderas. En principio, una que desde hace tiempo es aceptada, conocida y estudiada al derecho y al revés: la injerencia estadounidense a través de la CIA para derrocar el gobierno de Árbenz y, de un manotazo, los logros revolucionarios de 1944-54. Nada nuevo. El expresidente Clinton, cuando visitó Guatemala, reconoció y pidió disculpas por lo que Estados Unidos le hizo en esa época al pueblo guatemalteco.
Luego se muestra la maquiavélica invención de la amenaza comunista en Guatemala. Bajo esta supuesta amenaza, elevada a rango de verdad de tanto repetirla (posverdad), las élites, por conveniencia para defender sus intereses y privilegios sobre todo económicos, y algunas instituciones como el Ejército, para hacerse del poder y del dinero, la han utilizado para justificar —a nivel nacional e internacional— los crímenes cometidos en contra de la población civil. De esta forma, Vargas Llosa demuestra la falsedad de la amenaza comunista en el país y señala la perversidad de este hecho y las consecuencias nefastas que provocó no solo a nivel nacional, sino, según el narrador de la novela, para el resto de Latinoamérica.
[frasepzp2]
Por otra parte, es curioso ver que, como al escribidor, su personaje de la novela homónima de La tía Julia…, a Vargas Llosa, de tanto leer literatura guatemalteca e información sobre el tema, al final empezaron a confundírsele las historias y las fuentes. Resulta que, amparado en la idea de que escribe ficción, plagia y se autoplagia de manera indiscriminada. Por ello, en una escena en un prostíbulo en Gerona, cuando dos personajes hablan de manera sutil del atentado contra Castillo Armas, de pronto, en un flashback, pareciera que se está en otro bar, en otro tiempo, solo que en otra obra: El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias, cuando los personajes también hablan con sutileza de lo que harán en casa del general Canales. A veces parece que se está leyendo algún texto en Internet, de los muchos que abundan sobre Árbenz, o el libro de María Vilanova de Árbenz, o recorriendo, quizá, las mismas obras ya publicadas por Vargas Llosa, como Historia de Mayta o La fiesta del Chivo, por mencionar solo algunas.
En su aparente objetividad e imparcialidad, que no es tal porque escribe desde su postura política de derecha, Vargas Llosa asume en la voz del narrador —no se trata de que sea una literatura políticamente correcta, es cierto— un lenguaje a veces racista, inaceptable a estas alturas del siglo XXI, pues no es válido teórica ni conceptualmente: «… un indito está barriendo...». También, al mejor estilo del naturalismo decimonónico, los personajes y sus acciones, sin excepción, se deshumanizan, se muestran degradados y degradantes: ellas son prostitutas, malas madres, intrigantes, peleoneras, infieles, manipuladoras, y ellos borrachos, traidores, infiltrados, tendenciosos, delatores, asesinos, cobardes, vanidosos, cornudos, débiles, mentirosos, hipócritas, viciosos, ingenuos, crédulos, serviles, inflexibles, vengativos.
Tal vez es así porque muestran lo mismo en que se ha convertido un narrador de la talla de Vargas Llosa, que en los últimos años de su vida, cuando ya ha obtenido todo lo que literariamente se puede ganar, solo refleja aquello que todavía quiere tener y mantener: el dinero, no importa cómo ni de dónde venga. El autor, en su afán por responder a las directrices del mercado y por mantener su (imaginamos) alto nivel de vida, se ha convertido, neoliberal y posverdadero, en uno de los más dignos e ilustres representantes del sistema.
Más de este autor