A medio camino, en plena macro urbe de la ciudad de México aparece un espectacular con la fotografía de Enrique Peña Nieto con la siguiente leyenda: ¨Infiel con su familia. Fiel y comprometido con su país”. Debajo de la fotografía del candidato presidencial se lee el nombre de esta afamada agencia para la búsqueda de ´encuentros discretos´ y ´citas extramaritales´ de nombre Ashley Madison.
La agencia de encuentros extramaritales ahsleymadison.com no es la única en su tipo, aunque sí, tal vez la más popular debido a la agresividad de su marketing. Sus anuncios fueron censurados por la televisión de EEUU en pleno contexto del Supertazón; en España, Antena 3 se opuso a publicitarlos y en México (donde recién ha llegado el servicio y cuenta con más de 600,000 afiliados de los cuales 100,000 son mujeres) cadenas como ESPN han rechazado transmitir publicidad. En total, esta agencia tiene 14 millones y medio de suscriptores a nivel mundial y factura un volumen de 120 millones de dólares anuales.
Problematicemos. ¿Qué razones de peso podrían sustentar solicitar –o no– los servicios de esta agencia? El nivel de problematización que estoy buscando requiere definir inicialmente si los sustratos éticos, religiosos, de costumbre, económicos que normalmente usaríamos para resolver esta dilema son o no resistentes a la prueba del escrutinio racional.
Articulemos la argumentación que se sustenta en la sanción que acompaña a la norma religiosa.
Una moral que se desprende de un ser trascendente es siempre de tipo categórica y exclusiva. En el caso del Occidente, se caracteriza por aceptar la categoría del pecado y en resultado final, la represión. Ahora bien, aunque la experiencia religiosa es algo respetable, seres trascendentes y amigos imaginarios son difíciles de otorgarles un criterio de universalidad: Son importantes para aquel que los conoce, pero en esencia, son una experiencia subjetiva.
Ahora, introduzcamos algunas variables específicas en nuestro modelo: a) Supongamos entonces que no aceptamos las categorías trascendentales de castigos o premios eternos ; b) aceptamos que la monogamia como tal es artificial; c) Supongamos también (pensando como economistas neoclásicos) que al contratar el servicio de Ashley Madison se reducen costos de transacción (salir a un entorno no conocido, exponerme a ser visto, tener que hacer el ´chit-chat´ preoperatorio…) por lo cual, el riesgo se reduce; d) Supongamos también que el encuentro sexual ocasional contará con los criterios del ´sexo seguro´ y; e) será un acto consensuado entre dos personas adultas que están comprometidos con la sociedad de matrimonio que han construido pero su vida sexual es monótona. Si los costos de transacción se reducen, no se daña a un tercero y se protege la ´sociedad matrimonial´.
Entonces, ¿por cual razón concreta se puede argumentar el sí (o no) solicitar los servicios de esta empresa?
La publicidad del sitio toca un punto interesante: lo frágil de la vida y su carácter finito: ´Tenga una aventura, la vida es corta´. (Mientras yo escribo esto y usted me lee, la estadística dice que hay 100,000 parejas teniendo sexo en este mismo preciso momento).
¿Qué sucede si en nuestro caso se introduce otra variable, por ejemplo, ser diagnosticados a corto plazo de una enfermedad terminal? ¿Se sostiene el imperativo categórico kantiano? Basta llevarse de copas a su amigo (a) más fanático (a) para ver lo que dice y hace luego de ello. Y por el otro lado, si mi ética de acción reconoce únicamente maximizar el placer, estoy obligado a asegurarme que dicho placer es un placer racional y moralmente deseable. ¿Lo es el sexo ocasional?
¿Cuál es fundamento último del comportamiento ético? ¿Existe el Bien? (con mayúscula) ¿Por qué hago lo que hago y por cuáles razones me prohíbo hacer lo que ´quisiera´? ¿Mi razón de apego a determinadas normas se debe más a la cobardía de romper mis propias reglas o al temor infundido por códigos primitivos de conducta?
No es el interés del artículo una apología del sexo libre y del libertinaje. Pero si es de mi interés, tratar de mostrar lo complejo que resulta comprender las acciones humanas (por cotidianas que sean) a la luz de la problematización ético-filosófica.
Y si somos honestos, rascándole un poquito, nuestros castillos éticos se derrumban entre más los cuestionamos.
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