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Tejiendo la niebla, de Claudia D. Hernández

Una infancia atravesada por la vida de varias generaciones de mujeres que tuvieron que ser fuertes y luchar para sobrevivir.
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Tejiendo la niebla, de Claudia D. Hernández

Ilustración: Suandi Estrada
Historia completa Temas clave

El origen y el destino son dos extremos de un hilo que atraviesa la memoria. Con él, la autora elabora este relato autobiográfico que retrata la experiencia de disociación que viven los migrantes. En su caso, la de dividirse entre la vulnerabilidad y la fuerza, entre Mayuelas y Tactic, entre el frío y el calor, entre Guatemala y Los Ángeles.

Las grandes hazañas, los grandes heroísmos, han estado narrados, desde hace mucho tiempo, a partir de historias protagonizadas por los hombres y alrededor de ellos. Sus personajes inspiraron mitos como el del viaje del héroe, que un día cualquiera abandona su casa, enfrenta diversos peligros, sobrevive, a pesar de todo, y se convierte en ejemplo. Forma parte de las leyendas y pasa de generación en generación, transmutado, ya no en hombre, sino en virtud, en modelo a seguir, en arquetipo inalcanzable, en anhelo de los más débiles, en el sueño de las más débiles. Esas que, durante buena parte de la historia, parecieran no haber tenido madera para transitar por el terreno de lo heroico de otra forma que no fuera protagonizando la tentación o la prueba que el héroe debe librar para alcanzar el gran objetivo de su hazaña personal.

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Con todo, ahora estamos aquí, frente a una gesta, frente al relato de grandes luchas y supervivencias, protagonizadas por un núcleo matriarcal en resistencia que busca sobrevivir en medio de un país violento, de una sociedad machista.

Una narración épica en la que el heroísmo no está representado por una sola mujer, sino, más bien, por una fuerza que se rastrea desde las matriarcas mayores y que se va afianzando en las generaciones que las suceden.

Una historia en la que el arquetipo del viaje heroico se multiplica en distintas dimensiones, amarradas por un hilo que teje la más pequeña de todas ellas. En un viaje retrospectivo a través de la niebla de la memoria, para encontrarse con el camino recorrido, con sus hermanas, con su madre: capaz de bajar al infierno dos veces para rescatar a sus hijas: con su abuela, con sus tías, con ella misma, con un tiempo que ya no existe, pero que las moldeó a todas, hasta convertirlas en quienes son.

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Estoy hablando de «Knitting the fog» y de su autora, Claudia D. Hernández, una migrante guatemalteca, originaria de Mayuelas, Zacapa, radicada, desde pequeña, en Los Ángeles, California. Hablo de una crónica que hace breves estaciones en la poesía a lo largo de su camino de ida y vuelta por los primeros años de su infancia.

Una infancia atravesada por la vida de varias generaciones de mujeres que tuvieron que ser fuertes y luchar para sobrevivir, no solo al país, sino a la violencia patriarcal, así como a los peligros de lo incierto y del desierto para salir en búsqueda de un mejor destino para ellas mismas y para las que venían después.

Un relato autobiográfico que retrata la experiencia de disociación que viven los migrantes. En el caso de la pequeña Claudia, la de dividirse entre la vulnerabilidad y la fuerza, entre Mayuelas y Tactic, entre el frío y el calor, entre Guatemala y Los Ángeles, entre hablar poqomchi, pero también español y tener que aprender inglés.

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La disociación de vivir en el presente, entre el recuerdo del pasado y el deseo de un futuro mejor. La de ser niña, pero asumir de manera intermitente el papel de mujer protectora, cuando la fuerza de las otras parece desfallecer. Un libro que en 2018 ganó, en Estados Unidos, la tercera edición del premio «Louise Meriwether» al primer libro publicado.

Dos años después, el libro llegó a Guatemala, directo a las manos del editor de Sophos, Philippe Hunziker, quien me contactó para leerlo con el objetivo de entrevistar a su autora, para una edición de su revista dedicada a la migración.

Varios meses más tarde, el libro nos volvió a convocar, esta vez, para hacer de nuevo ese viaje lector, pero con el objetivo de cruzar de vuelta la frontera del idioma inglés y traerlo hacia la raíz materna de sus palabras, hacia ese lenguaje perdido a fuerza de distancia y de adopciones necesarias. Para acompañarlo en su regreso al país en donde todo empezó hace más de tres décadas. Fue así como volvió a nacer «Tejiendo la niebla».

A lo largo de ese ejercicio, nuevo para mí, me di cuenta de que traducir un texto literario es ser una especie de médium que necesita hacer contacto, no solo con la palabra, sino con el espíritu del libro. Así me embarqué en una nueva lectura, en busca de una coincidencia anímica que, por lo menos a mí, me acompañó desde nuestro primer encuentro.

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Quizá por el hecho de que, como Claudia, soy mujer, tenemos la misma edad, compartimos ciertas raíces: tomando en cuenta que Mayuelas está ubicado a un poco más de media hora de la aldea en donde creció mi papá, y eso me regaló una familiaridad con el tono «zacapaneco», con su intensidad, con el fuego que mueve a sus personajes. Y eso me permitió propiciar una especie de eco que le explica a la tierra, a su tierra, una distancia inevitable.

Ese ritual masivo y cotidiano, no solo del país, sino de la región, que para nadie es un misterio y que consiste en dejarlo todo y seguir a la esperanza con el objetivo de sobrevivir fuera del corazón de este territorio.

Un lugar que lanza lejos a sus semillas a pesar de que su suelo es fértil y rico, que sería bueno para crecer, de no ser porque lleva años siendo empobrecido. Y se ha convertido en un país que, en la medida en que busca la luz, tuerce sus extensiones, se deforma hacia afuera, florece lejos de su centro. Y eso lo sabe bien Claudia, una de las almas heroicas de este viaje, cuyas palabras, y cuya historia, han vuelto, a través de este libro, a su lugar de origen, a sus hermanos, que somos todos.

 

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