Si por décadas la televisión mexicana ha proyectado un México de blancos para promocionar un país que en realidad es un México de mestizos e indígenas, no te sorprendas. Viene con la historia. Dice el cronista oficial de la conquista (Bernal Díaz del Castillo) que Cuauhtémoc (el héroe de la resistencia azteca) era bastante más blanco que sus pares y por eso un tanto más soportable. El mismo dictador Porfirio Díaz, aunque tenía rasgos zapotecas, intentó afrancesarse lo más que pudo. Todos los presidentes mexicanos en la etapa moderna del país han sido blancos. Pero, de los 120 millones de mexicanos que respiran, al menos 60 millones viven en condiciones de pobreza. Y la gran mayoría de ellos son indígenas.
No te dejes llevar tampoco por el aire de patriotismo y religiosidad.
Sí, México es un país increíblemente patriota, pero la construcción de la identidad nacional mexicana se ha llevado a cabo pasando por encima de todos aquellos que no caben en el mito oficial. Parte de ese mito involucra la religión católica como aspecto definidor identitario y como mecanismo constructor de poder. De esa suerte, durante los últimos 200 años las grandes mayorías indígenas y los colectivos judíos en México siempre fueron vistos con recelo, pues no han sido considerados suficientemente mexicanos. Ojalá tu visita pueda impulsar el diálogo ecuménico en México.
Pero, ya que hablamos del universo indígena mexicano, una de las estaciones que visitarás es San Cristóbal de las Casas. Allí existe y se mantiene vigente el fenómeno de la Iglesia indígena. Es una mezcla de catolicismo y cultura indígena. Se utilizan en la misa ramas de pino y huevos. Además, existen referencias mayas a «Dios padre y madre». Y no te sorprenda escuchar el «juntos como hermanos miembros de una Iglesia» cantado en cualquiera de las 14 lenguas indígenas chiapanecas. Tú, en calidad de haber sido superior provincial de los jesuitas en Argentina, recordarás ese concepto que a todos los que pasamos por la vocacional jesuita se nos hace probar y comer: «Que no estamos solos en el camino». Lo que pasa en México es que se ha querido negar que los otros diferentes también pueden ser cristianos y estar en el camino.
Incluso, cuando contemples el manto de la Morenita, notarás que allí hay pájaros y flores alrededor de la virgen mestiza. Esto, porque, en la teología indígena, la aparición de Dios siempre conlleva música y la creación de vida. Y entonces te preguntarás por qué este país ensalza a sus indígenas del pasado, pero desprecia a sus indígenas modernos. Si el obispo Samuel Ruiz estuviera vivo, te lo explicaría muy bien, sobre todo a ti, que decidiste tomar el nombre del Poverello d’Assisi. En efecto, Samuel Ruiz, el llamado obispo guerrillero, fue un hombre que decidió vivir la escritura de forma literal. Y hoy, a excepción de Solalinde, pocos sacerdotes mexicanos se atreven a articular la radicalidad del evangelio: decir que ser cristiano se trata, ante todo, de consolar al que llora, de proteger a la viuda y de dar de comer al hambriento.
¿Donde más, si no en el sureste mexicano? ¿En las mansiones de Polanco?
Si durante tu homilía en Chiapas puedes recordar que el reino de los cielos es de los que lloran y de los pobres (de los pobres, a secas), te lo agradeceremos. Porque ese México oculto del sur que visitarás ha sido el más afectado en más de 20 años de política económica. El tratado de libre comercio desplazó 17 millones de trabajadores del campo, que ahora realizan actividades de autoconsumo.
Allí, a unas pocas horas de camino de donde estarás en San Cristóbal de las Casas, se encuentra el estado de Guerrero. En ese estado han desparecido infinidad de jóvenes, pero 43 de ellos han cautivado la atención del mundo. Carísimo Francesco, esos muchachos fueron desaparecidos por el Estado mexicano. Si creías que los abusos de poder de la dictadura argentina habían quedado atrás, en México están a flor de piel. Fueron 43 muchachos detenidos en contra de su voluntad simplemente por el delito de ser rebeldes e incómodos al poder. Al día de hoy no se sabe de su paradero. Y si tu presencia en México puede hacer algo más allá de generar emociones, te ruego que te reúnas con los padres de estos jóvenes y que sacudas las entrañas del Estado mexicano de la misma forma como los jesuitas sacudieron al Paraguay del siglo XVII frente a los abusos de los conquistadores. Defender la dignidad del hombre, del obrero, del asalariado, del pobre, del mestizo, de la mujer indígena, del joven, del homosexual, del transgénero y del diferente es un clamor fundamental del evangelio. Porque la misericordia es para todos, ¿verdad? Incluso para quienes estamos en el atrio de los gentiles. ¿O no?
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En México, las desapariciones forzadas están a flor de piel. Y allí mismo en Guerrero, hace menos de dos semanas, un niño de siete meses fue asesinado en un ajuste de cuentas entre pandillas del narco. Una noticia que el Gobierno mexicano, sentado en silla de escarnecedores, hizo todo lo posible por bloquear. No lo olvides. Las autoridades que saludes tienen sangre en sus manos. Pero ojalá en tus discursos puedas recordar que nos hacen falta 43, que nos hacen falta Marcos Miguel, de siete meses, y tantos otros pobres muchachos que se hallaron injustamente encerrados entre el narco y el Ejército. Y no hubo quien por ellos. El mundo no puede seguir igual sin ellos, Francesco, porque «la sangre de los mártires y de los inocentes clama desde la tierra por justicia». Quizá dirás que, por la brutalidad de los hechos, solo el retorno del Mesías puede restaurar todas las cosas y que entonces «morará el lobo con el cordero, y el tigre con el cabrito se acostará, el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará». Pero esto no es suficiente, caro Francesco. El sentido de justicia pertenece al aquí y al ahora. Ese fue el clamor de los profetas menores. ¿Qué sentido tiene que el reino no sea de este mundo si estamos en constante sufrimiento precisamente en este mundo? ¿Acaso no se vale jalar a Dios de los pelos y bajarlo a este puto mundo para que lo redima de una vez por todas? ¿Cuánta sangre más habremos de tragar?
Este mundo es brutal. Y México lo es más.
Hablando de eso, el país que pisas es precisamente una mega fosa clandestina. Te trasladarás del sur al norte, pero cuando llegues a Tijuana y a Ciudad Juárez no olvides que en los últimos diez años México suma más de 150 000 muertos y al menos 70 000 desparecidos en una estúpida guerra lanzada por el Estado mexicano contra todo lo que huela a narco. Pero allí, en Ciudad Juárez, donde oficiarás una misa binacional, no olvides que ese sitio de tierra contiene 17 000 litros de restos humanos producto de la práctica de la mafia por disolver a sus víctimas en ácido, entre ellas tantas y tantas mujeres pobres cuyas identidades jamás hemos de conocer. México adora a una virgen mestiza, pero tiene el récord en feminicidios del hemisferio occidental. Me sorprende que toleres simplemente estar allí, apreciado Francisco.
Y cuando ores frente al muro que separa a ambos países, no solo se trata de criticar a los gabachos que endurecen su posición migratoria y olvidan que fueron un país de migrantes. Atrévete a criticar al Estado mexicano, que por décadas ha sido una fábrica de pobres y que transforma a sus jóvenes en migrantes o en carne de cañón del narco.
Tal vez no lo digas, pero alguien debería recordar a ese Jesús revolucionario. Claro, no viene al caso, aunque no se puede negar que los libros de Isaías, Oseas, Joel, Amós, Mateo y Lucas tienen un contenido revolucionario increíble. Vendría bien recordárselo a todos los que estén cerca de ti en esos días en la comitiva de Gobierno, en los círculos empresariales y en la misma curia en México. Al 1 % de la población más rica le toca el 21 % del ingreso total, según el estudio de Oxfam. El capital de los cuatro mexicanos más acaudalados, Carlos Slim (77 000 millones de dólares), Germán Larrea (13 900), Alberto Baillères (10 400) y Ricardo Salinas Pliego (8 000), asciende al 9.5 % del producto interno bruto del país. Mientras tanto, la tasa de pobreza extrema de la población indígena es casi cuatro veces más alta que la de la población en general.
Ojalá puedas recordarles a la clase política mexicana y a la plutocracia de ese país que no has ido a buscarlas a ellas. Recuérdales el sentido de ser cristianos, que has viajado no por ellos, sino por los que no están en la foto oficial. Porque «bienaventurados los pobres, pues vuestro es el reino de Dios», y porque «¡ay de vosotros los ricos, pues en las riquezas tenéis vuestra consolación!».
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