Sigo creyendo que esto es esencialmente cierto, pero con los años he matizado esta percepción. Los cambios materiales no son posibles sin deconstruir los muros de la certeza que encasilla nuestra percepción de la realidad, certeza que finalmente se convierte en el motor de la acción humana.
En el caso de la violencia contra las mujeres, es difícil abstraerse de los marcos de vulnerabilidad que predisponen a que ellas sean objeto de múltiples violencias: la integralidad de los elementos donde concurren estereotipos, relaciones de poder, mecanismos de oportunidad que llevan a la percepción sobre la legitimidad del ejercicio de la violencia tanto para la parte agresora como para la agredida, que comparten un tipo de relación imposible de entender sin entender ciertos contextos de subordinación y de impunidad.
Entender, por ejemplo, qué tipo de relaciones sociales subyacen a relaciones como la de Ricardo Ical y Juliana Chen, producto no del amor, sino de trayectorias concurrentes de patrones sociales de dominio y subordinación que, bajo ciertas circunstancias, crean la percepción en el perpetrador de que su actuar no es patológico ni sociópata, sino la norma social de lo que un hombre debe ser y hacer.
Lo mismo puede decirse respecto a Isabel Véliz Franco y las jóvenes mujeres trabajadoras de ciertos estratos sociales que salen al espacio público so pena de ser descalificadas y estereotipadas. Asimismo, entender el porqué de la esclavitud sexual de las mujeres de Sepur Zarco implica entender la idea de masculinidad y el racismo detrás del discurso contrainsurgente.
No podemos pensar en la realidad de las mujeres víctimas de violencia en abstracto ni en el rol de las mujeres en la sociedad ignorando estos marcos donde se produce y reproduce materialmente lo social. Pero tampoco podemos pensar que sin un marco de enseñanza y de reflexividad crítica se pueda movilizar y materializar alguna acción concreta.
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Algo cambia en nuestra certeza de la realidad cuando nuestras creencias más arraigadas se ven interpeladas. Esto es particularmente válido cuando se cuestiona el pensamiento desiderativo detrás de las fake news y de los bulos fabricados en redes sociales, donde las personas no buscan una verdad, sino tan solo un soporte de ideas a su propia visión sesgada del mundo. No es de extrañar que la sociedad patriarcal genere así sus propios mecanismos de defensa cognitiva.
Por ello, emplazar críticamente y hacer dudar a toda una versión granítica del mundo que avala la violencia es vital. Pienso en este momento, por ejemplo, en el aporte educativo que hace la organización Mujeres Iniciando en las Américas (MIA) en el ámbito universitario a través de una pedagogía crítica, utilizando múltiples recursos creativos como invitar a hombres a trabajar como voluntarios, pero no para decirles a las mujeres qué hacer o no, sino para mostrar que hay principios de igualdad fácilmente compartibles por hombres y mujeres de manera indistinta. Esta apuesta de organizaciones como MIA por un tipo de cuestionamiento crítico busca ir más allá de la frontera de los grupos tradicionalmente afines por sensibilidad social, como colectivos feministas y LGBTI, y mostrar así que estos principios de convivencia entre hombres y mujeres deberían ser tan básicos y extensos que podrían ser compartidos por cualquiera sin ningún problema.
Me comentaba en alguna ocasión la coordinadora de país de dicho proyecto, Yohanna del Águila, que la intención de trabajar con pares masculinos es interpelar directamente cierta masculinidad expresada en el patrón de relaciones estructurales desiguales entre hombres y mujeres, al cual, sin embargo, se oponen severas resistencias cognitivas y de imaginarios y estereotipos sobre el porqué de la violencia, desde la naturalización hasta la justificación que hacen patente el desafío para este tipo de organizaciones.
Sin embargo, ese es el primero de los muros que hay que derribar para terminar con la violencia contra las mujeres: preparar el camino en el orden de ideas para un cambio en los patrones de subordinación social. Estos esfuerzos organizativos deben seguir sumándose. Parece poco desde aquí, sobre todo cuando hay una realidad cotidiana lacerante, pero, para desmontar la certeza detrás de la acción patriarcal, es al menos un inicio.
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