Cualquier evidencia de insubordinación al sistema dado es puesta en negativo y acusada de atentar contra el bienestar común. Pero ¿no es acaso contrariar este sistema –que nos tiene como nos tiene– la única manera de conseguir un genuino bienestar común? ¿No es la deliberación, la contraposición de ideas, la protesta y la movilización de posturas lo que está en la base de lo que se llama democracia?
Y para quienes quieren rebuscar más este argumento, no hay más que revisar un poco de teoría sociológica y política. Por casi dos décadas, Habermas (e.g., 1996) ha venido recontradiciendo que sin debate y discusión pública y política, simplemente no puede haber democracia. Son tres los actores: el sistema político, el económico y la sociedad civil, los que idealmente interactúan. Los que deben hablarse y sobre todo escucharse. La intermediación de estos procesos está en manos del periodismo, la publicidad y las relaciones públicas. La teoría política contempla y promueve el rol clave de los críticos, artistas, académicos, activistas y los movimientos sociales como representantes de la sociedad civil para legitimar y equilibrar las decisiones de las élites en el poder. Sin la actuación de estos el sistema se queda cojo y colapsa. Se convierte en cualquier otra cosa menos democracia.
Entonces, cuál es el afán de los que se dicen defensores de la democracia, la libertad y la justicia en satanizar personas y procesos que no son más que la base misma de esa misma democracia. No se dan cuenta que más bien necesitamos más deliberación, más protestas y más movilizaciones sociales para que esta democracia no se rompa a pedazos.
Estudiosos de estos temas fuera (e.g., Gramsci) y dentro de nuestro continente (Beltrán, Benavides, Freire) nos han descrito cómo las estructuras y supraestructuras sociales, económicas, políticas e ideológicas funcionan justamente para sostener pirámides que perpetúen el poder de los pocos arriba sobre los muchos abajo. Hegemonía que le dicen. Crean ideas y valores que promueven y mantienen el sistema que les conviene. Movilizan recursos (dinero, políticos, prensa) para difundirlo y mantenerlo. Dentro de esta dinámica, resulta que cualquier persona, idea, medio u organización que contravenga lo que está dado se convierte en desestabilizador. Acostumbrados a y beneficiados por la hegemonía, todo lo que infrinja su postura es insurrecto, sublevado y últimamente hasta terrorista.
Detesto las etiquetas. Pero esta vez, la etiqueta de insurrectos, insumisos, insurgentes hay que ponérsela con todo y denominación de origen. Es dignificante y necesario ser sublevado ante tanto en este país.
Insumisiones de las últimas semanas. Ovaciones de pie a dos grandes aportes: El libro “Dialogando se entiende la gente” de Cristian Ozaeta, Gabriela Díaz, Vilma Sandoval y Eduardo Gularte (del Centro de Comunicación para el Desarrollo) fue presentado en su segunda impresión en Sophos, el pasado 16 de marzo. Valioso recurso para un genuino cambio social. Y la expo “Guatemala diversa” de Oliviero Toscani, inaugurada por Navi Pillay, Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU, el 12 de marzo en la Sexta Avenida de la zona 1. Esas miradas, arrugas, esos poros, esas sonrisas, esas tristezas. Todo eso somos.
Insumisiones por llegar. Hoy martes 27 de marzo estará llegando a la capital la Marcha Campesina que se encaminó desde Cobán para requerir respuesta a demandas postergadas, acumuladas y agregadas. Las preguntas ciudadanas abundan alrededor del evento, posiblemente relacionado con la pobre cobertura periodística de fondo que se le ha dado (incluso ha habido más reportajes y notas de investigación en noticieros internacionales que locales). Esta marcha pondrá en evidencia el texto, contexto y tono del nuevo gobierno ante movilizaciones sociales y ante los temas históricos clave en el país. Ya de entrada, el Presidente y la Vicepresidenta no dieron buenas señales cuando hace un par de días interceptaron a los caminantes. Su agenda (al menos la publicitada): llegar a pedirles que no continuaran la marcha. Ese es el sistema al que dan ganas de sublevarse todos los días.
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