Del libro mencionado tomo dos planteamientos. Por un lado, refiriéndose a la relación entre las élites dominantes y el Ejército, el autor dice: «Las capas privilegiadas de las sociedades colonizadas, con creciente desasosiego, se arremolinan —turbadas y agresivas— en torno a los “hombres fuertes”, apoyados, a su vez, en las armas y en los empréstitos que el poder colonial metropolitano mantiene a la disposición de los sedicentes y sempiternos guardianes del “orden” y de la “paz”».
Y, por otro lado, respecto a científicos sociales, académicos, estudiosos y activistas sociales, comunitarios y políticos, apunta: «Ante tales hechos se vuelve un imperativo el hermanar el trabajo científico con la toma de posición franca y clara. Posición que, al mismo tiempo que sortea las angustias y supera los obstáculos, se compromete a poner en marcha un proceso de desalienación global».
Traigo al presente lo dicho hace 44 años para comprender que nuestro país no ha cambiado en lo fundamental. Las recientes elecciones nos ponen ante una disyuntiva no deseada: elegir el menor de los males, situación que permite prever que, gane quien gane, el rol del Ejército no cambiará a pesar de lo ordenado en los acuerdos de paz. Prueba de ello es el camino despejado que deja el presidente Jimmy Morales con los aumentos presupuestarios, la compra de los aviones y el regreso a la vieja práctica de los desfiles militares, que en el fondo consolidan la alienación de la sociedad, la cual se vuelve a acostumbrar al imperio de las armas. Sumados a ello, la vieja política, el asistencialismo, los privilegios fiscales, el deterioro de los servicios públicos, la arremetida contra los migrantes en nuestro territorio, la violencia, la corrupción, etcétera, coronan un futuro de sombras nada más.
Del lado de la sociedad, también sombras nada más. Los líderes, las organizaciones sociales y comunitarias, los dirigentes de organizaciones campesinas, los académicos, las izquierdas teóricas y partidistas y los ciudadanos urbanos y rurales hemos fracasado políticamente. Un frente común, un proyecto compartido, una alianza contra el colonialismo, la pobreza, la enfermedad, la ignorancia y el racismo, quedó en el discurso y en las ganas. Marchas, bloqueos, tomas de plazas, diagnósticos, congresos académicos, escuelas formativas, capacitaciones, libros y documentos no se plasmaron en los resultados electorales.
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Cada quien, por su lado como si fuera el mejor. Los partidos autollamados progresistas y de izquierda (MLP, Winaq, URNG y Convergencia) sumaron casi 814,000 votos, mucho más que el segundo que irá a la segunda vuelta: votos que quedaron para la historia que se escribirá en los próximos años como la consolidación del modelo neoliberal, militar y asistencialista.
Por eso es válido lo afirmado por Guzmán Böckler en cuanto a la tendencia militarista y a la ruptura entre teoría y práctica. Hoy vemos a inamovibles líderes sociales arremetiendo contra el sistema sin participar políticamente. Otros actúan contra el proceso electoral y los resultados sin entender que se nos pasaron el tiempo y la oportunidad. Nuestras posibilidades toparon. No se vale seguir derramando discursos progresistas en nombre de los que no convencemos ni representamos. Hemos envejecido en ideas y actitudes. Hay que dar paso a nuevos rostros, a nuevos pensamientos y a dinámicas más posicionadas y comprometidas; a jóvenes que están bloqueados por nuestra intransigencia y necedad de sentirnos la vanguardia de organizaciones y movimientos fracasados.
Lo que queda es recoger los restos de lo que quedó después de las elecciones, pero sin triunfalismos baratos, sin dirigencias inamovibles, sin pensamientos cerrados y errados, sin prácticas públicas de espectáculo nada más, sin poses mediáticas. Visibilicemos a aquellos a quienes decimos representar y por quienes decimos hablar. Posicionémonos ideológica, política y organizacionalmente como clases y culturas explotadas y oprimidas para construir un proyecto común que, sin arrasar identidades colectivas, objetivos institucionales y prácticas eficientes social y políticamente hablando, pueda ser la alternativa al futuro de sombras nada más.
Los tiempos difíciles que se avecinan exigen que nos abramos a la posibilidad de desalienarnos para luchar por la desalienación colonial generalizada, pues, a decir de Guzmán Böckler, todo nuevo poder se asienta sobre las cenizas del anterior.
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