La mera idea de una sociedad sin dios es casi inimaginable en Guatemala. Para millones de escandinavos, sin embargo, una sociedad sin dios es su realidad diaria; y como expuse en mi artículo anterior, no es la realidad caótica, cruel e inmoral que muchos quisieran imaginar, sino todo lo contrario: Dinamarca y Suecia—y los países nórdicos en general—califican constantemente entre los países más prósperos, seguros, pacíficos, saludables, libres, generosos y felices del mundo.
Es un fenómeno muy interesante. Países como Irán y Egipto han comenzado a inclinarse por un Islam cada vez más radical y teocrático; en Estados Unidos se borra cada vez más la línea divisoria entre Iglesia y Estado; en África y Latinoamérica crece cada vez más el neopentecostalismo; movimientos como El Shaddai, con su “teología de la prosperidad” cada vez tienen más adeptos en lugares como las Filipinas; incluso los países de la antigua Unión Soviética, en dónde la religión fue abolida por dictadores crueles y sanguinarios, han resurgido de los escombros con una fe no sólo intacta sino hasta vitalizada. Pero no ocurre lo mismo en Escandinavia.
Phil Zuckerman—sociólogo de la religión—se mudó a Escandinavia con su familia para investigar más a fondo. Vivió 14 meses en Dinamarca y Suecia, conviviendo con su gente y sus experiencias las plasmó en un fantástico y accesible libro llamado Society Without God: What The Least Religious Nations Can Tell Us About Contentment (NYU Press: 2010). Durante su estancia, aparte de un sinfín de conversaciones casuales, Zuckerman condujo unas 150 entrevistas formales con hombres y mujeres de todas las edades y de diversas formaciones académicas: “desde personas con doctorados a personas que únicamente llegaron a terminar la primaria…cocineros, enfermeras, técnicos de computación, catedráticos, artistas, abogados, maestras de pre-primaria, cardiocirujanos, granjeros, policías, periodistas, maestros de secundaria, oficiales de submarino, psiquiatras, trabajadoras sociales, carniceros, diseñadores gráficos, amas de casa, cajeros de supermercado, ingenieros, administradoras, propietarias de negocios, fisioterapistas, asesoras de impuestos, directores de casting, secretarias, empleados postales, estudiantes, conserjes, los desempleados, e incluso un bajista.” (p. 3)
Muchas de las historias son muy interesantes y ayudan a comprender el grado de secularismo que se vive en Suecia y Dinamarca, tanto en ciudades grandes como Copenhague, Gotemburgo y Estocolmo, y pueblos más pequeños como Aarhus, Jutland o la isla de Fyn. En resumen, la mayoría de personas no creen en un dios personal o creador; muchos se identifican como cristianos pero cuando se les pregunta más al respecto, dicen no creer en la divinidad de Jesús o en la existencia del dios de la Biblia; generalmente bautizan a sus hijos y se casan en la iglesia, pero no para borrar el “pecado original” o para obtener la bendición de dios, sino porque es una tradición, algo que todos hacen; muchos son miembros oficiales de la Iglesia Estatal y destinan una parte de sus impuestos para ésta, aunque no por una fuerte convicción religiosa o un deseo de promover el evangelio, sino porque lo tienen que hacer para poder hacer uso de una iglesia para casarse.
Un aspecto muy interesante que vale la pena resaltar es que la actitud generalizada que tienen los no-creyentes suecos y daneses hacia la religión no es de hostilidad o de rechazo; simplemente no creen, no sienten que sea para ellos y les es totalmente indiferente. Algo muy distinto a lo que se vive en lugares como Estados Unidos, en los que una buena parte de la gente no religiosa, es también antirreligiosa. Esto indica que allí, la religión es aún una fuerza que hay que tomar en cuenta. Pero cuando millones de personas únicamente son totalmente indiferentes a la religión, como nota Zuckerman (p.106), esta es una señal de que la religión en estos países no tiene casi ninguna influencia en la sociedad y no cuenta con mucho poder.
Sobre cuestiones un poco más profundas, como la muerte y el “significado de la vida”, la mayoría confiesa que no le dedica mucho tiempo a pensar sobre esas cosas. Incluso los pocos que dicen sí creer en dios—uno muy diferente al dios tradicional del Islam el, judaísmo o el cristianismo—no parecen esperar una vida después de la muerte. “Cuando se acaba, se acaba.” es una respuesta muy común. Cuando Zuckerman les preguntó sobre cómo llegaron a ser ateos o agnósticos, muchos respondieron que no pasó nada especial o extraordinario en sus vidas, sino que fue por puro sentido común. Muchos nunca creyeron en toda su vida y unos cuantos confesaron que era la primera vez que alguien les había hablado sobre religión. Durante sus vidas—estamos hablando de personas de 30-40 años—nunca habían considerado la existencia de un dios, de la vida después de la muerte o de un propósito divino para sus vidas. Cosa que, por cierto, parece refutar la idea promovida por muchos científicos sociales de que la religión es algo que está dentro de cada ser humano, como una necesidad natural.
A pesar de esta forma de ver la vida y la muerte, la gran mayoría no expresa un temor a morirse. Lasse, un estudiante sueco de medicina, expresa una opinión muy cercana a la del filósofo griego Epicuro: “Creo que no pasa nada. La nada total. Justo como era antes de vivir, ¿sabes? Cuando se acaba, eso es todo. Cuando te mueres, te mueres.” (p.60) Tampoco parecen complicarse mucho la vida buscando un sentido último y extraordinario a su existencia. En la opinión de Lars, un periodista de 43 años radicado en Aarhus: “No sé, creo…que el significado [de la vida] es estar con otras personas, ser bueno con otras personas, ser bueno con tu familia, tener un trabajo interesante, y creo que realmente tengo un trabajo interesante. Pero a veces uno se puede preguntar a uno mismo, ¿qué vas a hacer ahora que estás aquí? Haz algo, sabes, para que cuando llegues al final, puedas decir que hiciste algo bueno por otras personas.” (p.71)
Hay algunas variaciones, por supuesto, aunque no son muy significativas; opiniones como la de Lasse o la de Lars son un reflejo del consenso generalizado de la sociedad sueca y danesa. Suecia y Dinamarca (y Noruega) son quizás los países menos religiosos, no sólo en la actualidad, sino en la historia de la humanidad. Las preguntas del millón son: ¿cómo sucedió esto? y ¿cuál es la relación entre bienestar social y prosperidad, e irreligiosidad?
Son preguntas muy difíciles de responder, pues como resalta Zuckerman, “cualquier característica importante, rasgo, tendencia o aspecto de cualquier y toda sociedad, es inevitablemente el resultado de una frustrantemente compleja y altamente idiosincrática combinación de acontecimientos históricos, dinámicas económicas, peculiaridades culturales, formaciones políticas, construcciones de género, expresiones creativas, realidades geográficas, patrones climáticos, estructuras familiares, etc.—todas afectándose unas a otras y actuando una sobre otra en una multitud de maneras diferentes.” (p.111) Esto no significa, sin embargo, que no se puedan proponer varias hipótesis que en conjunto ayuden a iluminar un poco el asunto.
Una hipótesis propuesta por Rodney Stark y varios de sus colegas es que cuando existe una suerte de “monopolio” religioso, subsidiado por el Estado, el interés y el involucramiento de las personas con la religión es muy bajo. Cuando hay muchas religiones, en cambio, existe un tipo de “libre mercado” religioso en el que las diferentes iglesias tienen que competir una con otra para atraer devotos. Además, cuando una religión es subsidiada por el Estado, las iglesias siempre estarán bien pintadas y arregladas, y los clérigos tendrán su salario a tiempo, independientemente de si asisten 200 personas cada domingo o sólo 5. Simplemente no hay motivación para promocionarse.
Otra hipótesis interesante es la propuesta por el sociólogo británico Callum Brown. Según él, una sociedad altamente secularizada—como es cada vez más la sociedad británica—puede explicarse viendo a sus mujeres. Brown argumenta que históricamente, las mujeres han sido las encargadas de mantener a sus familias interesadas en la religión. Luego, en la década de 1960, hubo un cambio grande en la auto-percepción de las mujeres, de sus vidas y de sus posibilidades en el mundo que contrastan enormemente con la imagen que el cristianismo tiene de la mujer. Al apartarse las mujeres de esta imagen, sus hijos y sus esposos hicieron lo mismo.
La más plausible, a mi juicio, es la hipótesis de las sociedades seguras: cuando una porción mayoritaria de una sociedad experimenta niveles bajos de seguridad, éstas personas tienden a ser más religiosas. De la misma manera, cuando una porción mayoritaria de una sociedad experimenta niveles altos de seguridad, estas personas tienden a ser menos religiosas. En este contexto, seguridad se refiere a tener qué comer, acceso a agua potable, energía eléctrica, empleos estables y bien remunerados, estar bien protegido de desastres naturales y de la violencia, etc. Marx argumentó algo similar en la década de 1840, pero Pippa Norris y Ronald Inglehart han logrado apoyar esta hipótesis con muy buenos datos.
Al observar a las sociedades escandinavas, muchas de estas condiciones se cumplen. El Estado subsidia a una Iglesia Estatal, la Luterana (aunque en Suecia esto ya no ocurre desde el año 2000). Existen otras religiones, pero son muy minoritarias. Los católicos, por ejemplo, únicamente suman un 2% del total. En Dinamarca y en Suecia las mujeres forman una parte significativa de la fuerza laboral, con salarios muy competitivos. En Dinamarca, por ejemplo, se estima que el porcentaje de mujeres en la fuerza laboral está a punto de sobrepasar al de hombres.
En el siglo XIX, Escandinavia fue una región muy afectada por la pobreza. Dinamarca y Suecia fueron países muy empobrecidos, en donde las carencias económicas, médicas y alimenticias estaban a la orden del día. Sin embargo, durante el siglo XX, esta situación dio un giro de 180º y estos países se convirtieron no sólo en unos de los más ricos del mundo, sino también en los más igualitarios. Su economía, que combina lo mejor del capitalismo y el socialismo, ha resultado extremadamente exitosa en la erradicación de la pobreza. Los que tienen mucho son muy pocos y los que tienen muy poco son todavía menos. Si combinamos estos tres factores, se puede comenzar a armar una imagen más clara de qué es lo que sucedió en estos países. Otros aspectos como la homogeneidad cultural, la alta calidad de la educación y su fácil acceso, también pudieron haber jugado un papel importante.
En conclusión, creo que es posible aprender muchísimo de la irreligiosidad y los altos niveles de salud social que presentan Suecia, Dinamarca y demás países escandinavos. La religión no parece haber jugado un rol muy importante para alcanzar los altos niveles de bienestar que gozan sus ciudadanos y creo que en nuestro caso, han sido un obstáculo demasiado grande, al introducir ideas muy malas en nuestro discurso, como el odio a los homosexuales, la obstrucción de la posibilidad de una discusión racional sobre el aborto, el impedimento para una educación sexual abierta y científicamente correcta, una moralidad cerrada y absolutista, y distrae a demasiadas personas de la búsqueda de soluciones reales a nuestros problemas con el desgastado discurso de que “nos va mal porque no obedecemos a dios”—cosa que daneses y suecos refutan a diario.
Creo que vale mucho la pena repensar el panorama religioso guatemalteco y su relación con la política y el gobierno. Hasta la fecha no ha tenido resultados positivos y ya está comenzando a mezclarse de una forma que no le conviene a nadie. Bueno...casi a nadie.
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