Vivimos en una nación en la que quien nace pobre tiene todas las probabilidades de crecer, reproducirse y morir en pobreza.
Vivimos en un país en el que salir a manifestar injusticias cuando no eres igual te hace un paria, un acarreado, un bochinchero y un despreciado por la mayoría de la gente privilegiada.
Pero vivimos en un país libre. El Ejército no permitió que fuéramos otra Cuba, y el movimiento liberacionista triunfó.
Pero detengámonos un segundo a reflexionar. ¿A qué libertad nos referimos cuando la sociedad ha fallado en su objetivo de organizarse para que cada uno de sus miembros alcance sus sueños? ¿Qué tanto vale una libertad que funciona para beneficiar a unos en detrimento de otros? Hablamos de vivir en sociedad, pero, si no somos capaces de vivir en sociedad, debemos revisar, cuestionarnos y cambiar, pues hemos fracasado también como individuos.
Una sociedad colapsa cuando alguno de sus miembros más vulnerables llega a un centro de salud en condiciones paupérrimas y muere por un sistema mediocre, paupérrimo en cuanto a lo que hay, porque sencillamente no hay. No hay cama disponible, no hay suero antidiarreico, no hay suficientes profesionales de la salud. Una sociedad fracasa cuando un adulto mayor debe vender discos piratas en las calles sorteando el tráfico, el humo y la lluvia para comer esa noche. Fracasa cuando una niña deja a su familia para ser tratada como ciudadana de segunda categoría en una casa particular o es esclavizada para satisfacer a un energúmeno que paga, como si fuese una mercancía más, para satisfacer su voracidad sexual.
Colapsa mientras en esa misma sociedad una pequeña porción de la población se encierra en un mundo infame y efímero que a cada segundo debe construirse artificialmente con pantallas, luces, ruidos y sonrisas falsas, dentro de murallas y blindajes paranoicos. Cuando la porción que concentra más cuotas de poder saca su dinero a otros países para no pagar servicios públicos y debilita así la capacidad de mejorar las condiciones de sus semejantes, es decir, la sociedad misma, pero fortalece su poder individual.
Colapsa cuando el poder les permite a unos pocos desviar ríos de sus cauces para servirse de ellos en sus industrias, consolidar su poder y en el proceso dejar comunidades enteras y ecosistemas vivos sin el vital líquido.
Colapsa cuando quienes se han beneficiado de las bondades de los recursos que el país les ha dado para alcanzar niveles de riqueza que les permitan entrar a las listas de multimillonarios del mundo lo han hecho a costa de comprar políticos, fundar partidos políticos y sobornar a quienes toman decisiones públicas y dictan leyes.
Una sociedad colapsa cuando una empresa asesina cualquier forma de vida en cantidades masivas, derrama veneno en un río y disfruta de los privilegios de la impunidad que le da el poder que concentra comprando más impunidad y más privilegios con total libertad.
Una sociedad colapsa cuando dejamos de identificarnos con otros miembros de esa sociedad, cuando vemos a alguien sufrir y volteamos la mirada para acusarlo de irresponsable mientras eludimos nuestra propia responsabilidad y procuramos con ello sentirnos mejor de nuestro fracaso como humanidad.
Un sistema colapsa cuando a un centro de salud pública no le alcanza para comprar medicinas y un hospital privado en una zona urbana privilegiada busca maximizar utilidades a costa de sus clientes, los pacientes y enfermos, a quienes expulsa cuando la cuenta rebasó su límite de crédito, su hipoteca y lo que el seguro prometía pagar. La sociedad en su conjunto colapsa cuando una escuela privada gana jugosas ganancias y, mientras tanto, una escuela a tres horas de distancia no cuenta con mobiliario, un techo que cubra de la lluvia, o sus maestros son manipulados por un enquistado pseudolíder sindical.
Una sociedad colapsa cuando dejamos de vernos como seres humanos y empezamos a vernos como competencia y como enemigos. Cuando nos burlamos de quienes salen a ejercer su soberano derecho a manifestarse o cuando creemos ser más que otros sencillamente por el apellido que tenemos, el color de nuestra piel o el vehículo en el que nos movemos. Colapsa y fracasa cuando tenemos miedo de nuestros mismos vecinos. Cuando no nos sentamos a escucharnos, a entendernos, a vernos como miembros de una misma especie, que ama, que odia, que tiene miedos y celebra triunfos.
Una sociedad colapsa cuando hay voces que ofenden, discriminan, insultan y eliminan desde la cumbre, con palabras y acciones, con el afán de mantener divisiones y consolidar privilegios heredados. «No me mire así, igualada de $#”?$/!».
Colapsamos como sociedad cuando evitamos vernos en el sufrimiento de otras personas. Fallamos como sociedad cuando dejamos de identificarnos con otros, cuando no nos vemos en los zapatos de cualquier persona a nuestro alrededor, pues al final del día nadie eligió nacer bajo las circunstancias en las que nació.
Cuando somos incapaces de vernos reflejados en la mirada de otra persona, fallamos como sociedad. Y tal vez es por allí por donde podemos empezar a cambiar, de una vez por todas, este modelo fallido que, en vez de darnos bienestar, nos ha tenido cautivos con una idea falsa de felicidad.
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