Primero revisemos un poco lo que debería ser. Preceptos normativos democráticos. En una democracia como la que dijimos en 1985 que queríamos tener, la organización social, el activismo, las manifestaciones y las movilizaciones sociales representan un mecanismo a través del cual la sociedad civil puede colocar sobre la mesa demandas que no han sido abordadas aún por los actores y mecanismos establecidos para ello (i.e., Ejecutivo, Legislativo, leyes vigentes).
Los tomadores de decisión deberían ver estas demandas como parte de los insumos para retroalimentar sus agendas y políticas públicas. Esto, en el corto plazo, se traduciría en menos conflictos, fortalecimiento de imagen y potenciales votos (los ciudadanos se sienten escuchados y representados). En el largo plazo, sentaría las bases para una democracia más balanceada, incluyente y legitimada.
Las expresiones de la sociedad civil que tomen la forma de comentarios en redes sociales, recolección de firmas, huelgas o movimientos sociales más estructurados, pueden ser un valioso instrumento para gobernar. Expertos en teoría de democracia moderna y comunicación pública[1] lo describen como el doble mecanismo de “crítica y alarma” de la esfera pública. Por un lado, las expresiones de la sociedad civil son una forma de crítica y retroalimentación a la gestión de los tomadores de decisión que pueden lograr avances importantes para agendas más efectivas.
El premio nobel de economía y execonomista jefe del Banco Mundial, Joseph Stiglitz[2] en su análisis sobre la agendas económicas internacionales y la globalización asevera que “no fue sino hasta que los activistas salieron a las calles que hubo pequeñas esperanzas de cambio y formas para alegar lo que no estaba funcionando... fueron los sindicalistas, estudiantes y ambientalistas —ciudadanos ordinarios—marchando en las calles de Praga, Seattle, Washington y Genova quienes colocaron la necesidad de reforma en la agenda de los países desarrollados”.
Por el otro lado, las expresiones de la sociedad civil son un valioso mecanismo de alerta que anuncia dónde hay problemas que atender y por dónde viene la nube negra (antes de tener encima la tormenta). Es ahí cuando los estrategas y tomadores de decisión tienen la oportunidad del diálogo y negociación en términos más abiertos. Pero es oportunidad de doble filo. El poder de la sociedad civil es un potente boomerang de la democracia. Abre el espacio para la deliberación pero si no se escucha y atiende, nos regresa y nos pega, en forma de paros, bloqueos o violencia. Crisis de gobernabilidad que le llaman.
En este país la sociedad civil ni se valora, ni se promueve ni se respeta. A los grupos que van levantando cabeza de años de silencio y opresión se les manda a la guillotina directo. Se les ve como limosneros, críticos, necios, obstructores “de los derechos de locomoción”, delincuentes...
Muchas quejas hay de las maneras que la sociedad civil “es muy heterogénea”, “no hacen agendas específicas”, “son muy dispersos” pero qué podía esperarse en un contexto en el que los diferenciales de recursos y de poder son abismales. ¿Acaso se cuenta con un programa nacional de formación de líderes y organizaciones estudiantiles como en los Institutos Normales que instituyó Juan José Arévalo? ¿Acaso hay programas que capaciten en civismo y participación ciudadana como en Brasil, México o España? ¿Acaso hay algún programa que promueva el sistema de Asambleas (de vecinos, de estudiantes, de profesionales) como el que ha empujado cambios sensibles en Chile?
Uno ve en las noticias países a los que se etiqueta como anti-democráticos porque la sociedad civil y activistas son reprimidos, perseguidos y criminalizados, con ejemplos recientes en China, Bahrein y Pakistán. Y uno compara con lo que pasa aquí y se pone a pensar si vamos –o estamos– en esa misma dirección y merecemos la misma etiqueta.
La sociedad civil es uno de los lados del triángulo de la democracia. Los otros dos son los sistemas funcionales que toman decisiones: el sistema político y el económico. Si no hay sociedad civil, no hay triángulo. Sin sociedad civil, se llama de cualquier manera menos democracia. Y es indispensable que quienes tienen en sus manos las decisiones lo tengan bien claro. No es cuestión de ideologías ni romanticismos. Hay que valorar, promover y respetar a la sociedad civil. Si no, lo que llevamos avanzado de democracia se nos va a desmoronar. De hecho, ya llevamos varios trozos encima.
[1] Jurgen Habermas, Between facts and norms: Contributions to a discourse theory of law and democracy, 1996. Thomas Hove, The filter, the alarm system, and the sounding board: Critical and warning functions of the public sphere, 2009.
[2] Joseph Stiglitz, Globalization and its discontents, 2002.
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