La lucidez, la vitalidad y la energía que contrastan con su avanzada edad, así como su carisma con jóvenes que bien podrían ser sus nietos, son algunas de las marcas de este nuevo viejo político. Pero sobre todo es la reintroducción de un ideario de inclusión y la discusión de temas vitales para el rescate de los ideales políticos que convirtieron a los Estados Unidos en un país de prosperidad compartida lo que lo hace sobresalir entre sus contendientes.
El veterano político es una suerte de outsider-insider. Por un lado, ha sabido desligarse de la ortodoxia demócrata de tradición más centrista, pero a la vez es un insider por su larga carrera política dentro de los rangos del establecido Partido Demócrata. A pesar de su edad, su popularidad reside en los jóvenes —sobre todo universitarios— y obviamente en los baby boomers, muchos de ellos ya jubilados o en edad de estarlo. No sorprende que estos sean sus principales bastiones cuando sabemos que en la pirámide económica estos segmentos han sido afectados no solo por la reciente crisis económica, sino por un patrón de concentración de riqueza sistémico.
A pesar de la recuperación y del hecho de que los Estados Unidos siguen siendo el país más rico del mundo, las disparidades socioeconómicas subsisten. Así, mientras solamente 15 individuos incrementaron su riqueza en 170 billones de dólares en los últimos dos años (lo cual representa la riqueza de 130 millones de estadounidenses), millones de niños y familias viven en pobreza y no gozan de acceso a servicios mínimos como salud y vivienda digna. ¿Es la solución una agenda socialdemócrata? Según Sanders, sí. Y para ello tiene que explicarlo al grueso del electorado. De ahí que la semana pasada el veterano senador por Vermont ofreciera un elocuente discurso sobre socialismo democrático made in the USA en la hermana universidad jesuita de Georgetown, en la capital estadounidense.
A grandes rasgos, la socialdemocracia es una corriente ideológica y partidaria internacional que apoya un papel activo y regulador del Gobierno allí donde el mercado falla en garantizar el bienestar general. Si bien el Nuevo Trato de Franklin D. Roosevelt y la Gran Sociedad de Lyndon B. Johnson fueron dos muestras exitosas de ello, los ciudadanos estadounidenses desconocen su significado e impacto. El sistema sigue dominado por el bipartidismo republicano-demócrata, influido por las secuelas del férreo anticomunismo en una sociedad marcada predominantemente por un ethos individualista y utilitarista.
Pero, lejos de prédicas populistas, algunos de los argumentos de Sanders recuerdan al economista Amartya Sen cuando el político apunta que la libertad real de las personas está asociada con la seguridad económica. Esta seguridad económica —que se asemeja a las recetas para países en desarrollo al sur del río Grande— se basa fundamentalmente en premisas como aumentar el salario mínimo de los trabajadores, el acceso a la salud universal, la gratuidad en la educación superior, un gobierno que crea las condiciones para producir empleos e impuestos progresivos para que las empresas y los ricos contribuyan lo que les corresponde.
A pesar de que la agenda de Sanders refleja y aporta soluciones que podrían mejorar los prospectos para reconstruir una clase media fuerte y sacar a millones de la pobreza, las encuestas no favorecen a candidatos socialdemócratas. Una razón, en mi opinión, es el carácter más asistencialista que cívico-político de los electores, lo cual les impide conectar con el mensaje de cambio social de Sanders. Del mismo modo, la participación en las urnas es más baja en los estratos sociales pobres. Finalmente, la socialdemocracia generalmente está sostenida por movimientos laborales fuertes, algo que decrece en los Estados Unidos. De ahí que, por instinto de supervivencia, los mayores sindicatos estadounidenses no van a respaldar a un aliado natural como Sanders, sino a la centrista Hillary Clinton, pues temen que Sanders pierda frente a cualquier contendiente republicano, cuya agenda sería marcadamente antisindical.
Sanders probablemente no ganará la nominación demócrata, pero su mensaje es relevante y urgente. Como otros progresistas en todo el país, cree que para acabar con un sistema político financiado por y para los intereses económicos se requiere una revolución política, es decir, un movimiento político ciudadano que desde las bases reclame un gobierno de los ciudadanos, y no uno que rija exclusivamente para algunos. Tan relevante aquí como en la vecina Guatemala.
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