En esa búsqueda, muchos nos hemos encontrado en los varios capítulos de organización de este país. Venimos de hombres y mujeres que nos han legado el sueño de construir en concreto y a diario, desde nuestros espacios, eso que llamamos extraordinario, un país digno.
Socialab nace de un proyecto chileno que llegó a Guatemala en 2008. En el seno de la experiencia de los techeros (esos jóvenes que dan su tiempo para compartir con familias y construir con ellos, más que una vivienda digna, un espacio de encuentro y de re-conocimiento) nace casi espontáneamente la necesidad de crear otras opciones de desarrollo sostenible en el tiempo.
Socialab surge en Guatemala de la mano de seis hombres, cuatro de ellos techeros y dos involucrados en las movilizaciones de 2015. Todos buscan traer a la vida esa gran máxima del Popol Vuh: «Juntamos nuestros propósitos y nos pusimos de acuerdo. Decidimos». Han optado por generar una red de actores para la innovación y el emprendimiento a nivel local, para lo cual han identificado actores que puedan conocerse y apoyarse en un planteamiento colectivo de posibilidades. Asumen salir de la ciudad de donde vienen. Es un imperativo saber qué es lo que se quiere hacer para vivir dignamente en otras latitudes de Guatemala. Allí buscan pistas para desarrollar modelos organizativos diferentes a las lógicas a las que estamos acostumbrados en un mundo neoliberal, donde la riqueza y la acumulación son el horizonte de vida.
Esta razón ha impulsado una propuesta ética distinta a partir de la experiencia colectiva y organizativa de la cual todos han sido parte. Han establecido como práctica rectora un nuevo consenso ético. El reconocimiento de la historia es un lugar en el que Socialab se posiciona como punto de partida para entender cómo la economía ha construido relaciones de poder desiguales y opresivas. «No se puede inventar en el vacío», me dice uno de ellos. Desde allí hacen un gesto valiente para la sociedad individualista que somos: hacer un rescate del emprendimiento y del modelo de desarrollo.
En vez de hablar de competencia, proponen vivir la asociatividad. En lugar del progreso de la civilización, que se basa en las historias del éxito personal, plantean buscar el bienestar de las comunidades vivas. Frente a la eficiencia, vivir la plenitud de un trabajo propio para recuperar la dimensión social y humana de la economía. El lenguaje es, por lo tanto, una apuesta para hablar de una economía de hombres y mujeres con nombres y proyectos, y no de empresas con marcas y negocios.
La disruptividad en la economía, esa ruptura brusca, es imperativa. Hablar de una «banca ética» o de una «economía del amor» es a lo que nos invita Socialab los días 1 y 2 de marzo en las instalaciones del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias. Es una serie de actividades que se centran en el encuentro para generar las propias respuestas y encontrar nuevos caminos de transformación. Es un lugar de diálogo para sabernos en la posibilidad de la comunidad. Es, como lo dicen ellos mismos, un tiempo para la necedad de la empatía.
La política y la economía son dos procesos estrechamente ligados. Los esfuerzos de transformación deben ir en paralelo. Modelos económicos diferentes construyen un poder diferente. Así que celebro que exista un espacio como Socialab para pensar nuevas formas de relaciones económicas, que desde un sentir y un sentido de lo local se proponga abrir un camino diferente y paralelo a nuevos procesos productivos, basados en valores como la cooperación, la creatividad y la innovación.
Mucha suerte a Socialab, a una esperanza más que nace para transformar y generar nuevas maneras de hacer riqueza que se rijan por otros valores, que pone en el centro la vida misma y echa mano de la cocreatividad como proceso privilegiado para pensar lo común.
Más de este autor