A partir del aumento de la temperatura de la superficie oceánica en la zona ecuatorial, frente a Perú, se desencadena una serie de cambios climáticos de impacto global.
La literatura sobre el tema señala que, para América Central, se producen efectos mixtos, con serios perjuicios en cada caso, que tienden a repetirse cada vez que el fenómeno se presenta.
Hacia el final del verano en el hemisferio norte (agosto y septiembre) suelen presentarse lluvias por arriba del promedio. Luego se detienen hasta el final del invierno termal. Esto se correlaciona con un aumento de tormentas tropicales y huracanes en el océano Pacífico, mientras que en el Atlántico hay una disminución.
Para Guatemala, existe un escenario potencial en el que, entre agosto y octubre, podría llover en grandes cantidades. Los efectos, dada la fragilidad ambiental del país, son terroríficos (especialmente a la luz de la experiencia). El primer impacto es sobre la agricultura, pues las siembras llamadas de primera (establecidas al inicio del invierno pluvial) pueden perderse debido al exceso de lluvias. Con ello vienen también inundaciones y deslaves, así como daños a las vías de comunicación, al tendido eléctrico y a las telecomunicaciones. Estas inundaciones afectarían más a la cuenca del Pacífico. Un efecto secundario es el riesgo de enfermedades gastrointestinales (especialmente diarrea) y otras asociadas con el aumento de ciertas plagas (como mosquitos).
En otras partes del país, el efecto sería inverso. En suma, también saldrían perjudicadas las siembras de segunda. Es decir, un escenario probable es la pérdida de la producción agrícola de este año, con impacto económico en los cultivos de exportación y gran impacto social sobre la producción alimentaria y la agricultura familiar. Si El Niño se confirma fuerte, ninguna previsión será suficiente y el hambre podría azotar a la población más vulnerable.
Este artículo no es alarmista. Hay suficiente literatura técnica para comprobar que simplemente se está compartiendo información.
Los agroempresarios, siempre bien informados, toman medidas para reducir el riesgo de pérdidas. Los pequeños y medianos agricultores no pueden, sea por falta de información o por falta de recursos. Y qué decir de los agricultores de subsistencia, que dependen de su propia producción y/o del empleo en explotaciones mayores. No solo ellos son afectados, pues los precios de los alimentos también pueden dispararse debido a que la demanda superaría a la oferta o por especulación en los mercados.
En este posible escenario, la coyuntura política se complica más, como si falta hiciera. La probabilidad de que las elecciones se realicen en medio del temporal es alta, y también podrían llegar a realizarse en medio de un estado de calamidad pública decretado por el Gobierno. Si se suspendieran ciertas garantías constitucionales, el escenario político es aún de mayor riesgo. A las autoridades y a las instancias técnicas corresponde la creación de escenarios probabilísticos a partir de los datos científicos.
Para declarar que El Niño se ha establecido y otorgarle un nivel de severidad, deben presentarse ciertas condiciones. El seguimiento mensual del presente fenómeno, iniciado en 2014, nos dice que con cada mes transcurrido ha aumentado la probabilidad de un El Niño fuerte. Actualmente hay 107 distintos modelos de previsión climática para este fenómeno. El promedio de todos se encuentra en la franja de El Niño fuerte, con valores cercanos a los alcanzados en 1997-98, un año grabado en la memoria colectiva de las poblaciones rurales.
Necesitamos medidas de mitigación de desastres ya, y estas deben ser de carácter económico, social y político.
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