Aunque ahora se celebren los éxitos de un movimiento heterogéneo pero compacto bajo el estandarte de #RenunciaYa con sus diferentes fases y vertientes, sigue flotando en el aire la pregunta sobre el alcance que estas movilizaciones puedan tener para cambiar las estructuras del país y si hay un liderazgo idóneo para cimentar los esfuerzos de cambio institucional. Los métodos pacíficos, lúdicos y espontáneos usando las redes sociales como arma poderosa de organización han servido para casi tumbar al hoy fallido gobierno patriota. No obstante, me pregunto si bastarán para mantener el nivel de tensión y sentar en la misma mesa a distintos actores que piensen en un nuevo consenso socioeconómico más allá del sistema partidario que hoy se cuestiona, denuncia y urge transformar.
En nuestra historia reciente, 1944 fue un año de agitaciones y de un experimento cívico similar parecido pero poco conocido. No me refiero a la Revolución de Octubre. En El Salvador, unos meses antes, ese mismo año, una huelga de salubristas y estudiantes, apoyado por otros sectores sociales —entre ellos cafetaleros y terratenientes—, también logró la renuncia de manera pacífica de un dictador salvadoreño, el general Maximiliano Hernández Martínez. Pero, mientras en Guatemala siguieron diez años de reformas que extenderían la educación y la salud y tratarían de desmantelar estructuras semifeudales para ensanchar la democracia e instaurar un sistema capitalista, en el vecino país básicamente se remplazó una dictadura por otra. Se había cambiado a una persona —ese era el objetivo principal de los líderes del movimiento—, pero no se había pensado en transformar el sistema.
Luego de la renuncia de la vicepresidenta, ¿se está tratando de recuperar el capítulo de aquella primavera guatemalteca interrumpida, que exige un nuevo ethos de la política para saldar las deudas del retraso y las inequidades sociales? ¿O bien se está diseñando una transición que rempodere a fuerzas conservadoras que restauren el statu quo para manejar la crisis ante escenarios preelectorales impredecibles?
No hay que perder de vista que la lucha contra la corrupción es solo un medio, no el fin. Luego del hartazgo, el chiste y la ironía (tan necesarios para la catarsis), ahora el próximo paso es ofrecer ideas con objetivos específicos y alianzas sostenidas. No se asuste ni desespere el lector si esto produce contradicciones y abre más fisuras. Ese es el reto.
Por eso son tan oportunas las reflexiones que muchos formulan, como el colega Félix Alvarado en este mismo medio, quien sugiere que de la movilización se pase a discutir y fijar una nueva agenda sociopolítica en las calles. Y yo añadiría en los barrios, en las casas, antes o después de las chamuscas, en las cevicherías, en los buses y en los mercados. Y aquí los estudiantes, la academia, los escritores, los investigadores y la comunidad de artistas tienen tanto que ofrecer para sintetizar, guiar, informar e incluso hacer un performance del cambio.
Las fórmulas tendrían que romper con el antiguo régimen de exclusiones sociales, compadrazgos políticos y complacencia con los dictados económicos de las élites para beneficio de una minoría. Y no, esto no lo hace a usted populista. Simplemente lo convierte en un ciudadano o una ciudadana corresponsable de su futuro y del de su descendencia. Sin un solo disparo. Ojalá.
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