El autor de Pantaleón y Las Visitadoras es aún un clásico liberal, defensor de la liberalización del mercado, pero también defensor del derecho a la vida y enemigo de todo autoritarismo, al grado de vacilar entre la crítica y la defensa de Bush y su guerra mentirosa contra Irak. En términos ideológicos está más próximo a Fernando Henrique Cardozo que de Sebastián Piñeira.
Derrotado por Alberto Fujimori, Vargas Llosa –desde sus posiciones de derecha- fue un férreo crítico al gobierno despótico y tirano del ahora reo, condenado en 2009 a 25 años de cárcel inconmutables por los delitos de corrupción y crímenes de lesa humanidad, una mezcla peruana de los Ríos Montt y Portillo de Guatemala.
En el Perú de los años noventa, la derecha liberal de Vargas Llosa fue derrotada por el populismo clientelista, también de derecha, de Alberto Fujimori quien, amparado en su régimen de terror, corrupción y clientelismo logró ser reelecto. No obstante, luego de fugado a Japón fue no sólo deportado –al buen estilo Portillo- sino juzgado y condenado, repito: por corrupción y por crímenes de lesa humanidad.
Evidentemente las letras hispanoamericanas ganaron mucho con la derrota política de Mario Vargas, pues su obra creció y se consolidó, al grado de obtener el Nobel de Literatura en 2010. Y si uno puede no compartir su visión política, no puede dejar de admirar la calidad de su literatura.
En la Guatemala de 2013 se ha demostrado que, lamentablemente, su derecha no tiene liderazgos ni mucho menos organizaciones políticas capaces de levantar con seriedad y coherencia las banderas del liberalismo, al grado de que muchos de los que se autonombran libertarios han venido a hacer mancuerna con el más rancio y trasnochado fascismo que, bajo el velo del anticomunismo, justifica masacres y asesinatos de mujeres y niños, abrazando, contradictoriamente, el más oscuro conservadurismo.
Nuestros supuestos liberales sólo demandan una libertad: la del mercado. Es decir, la de que unos puedan vender lo que quieran, como quieran y a como puedan, eliminando toda protección de los consumidores y productores directos, es decir, los trabajadores. Derechos para el que pone a su nombre la plata, pero no para quienes se la producen.
Contradictorios e incoherentes, nuestros supuestos liberales se niegan a reconocer todas las demás libertades que sus conciudadanos exigen, como el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo o de los homosexuales a reivindicar su identidad y derechos. Inmersos en una religiosidad de capillas, se impiden e impiden todo cuestionamiento a sus creencias, evitando por todos los medios hacer uso o enfentrarse a los datos de las ciencias empíricas. No basan sus afirmaciones en datos comprobados, más bien exigen que los datos se comporten conforme sus creencias, confundiendo doctrinas con teorias.
Su gritería es estridente y escandandalosa, por lo que puede llegarse a suponer que son mayoría y hasta unanimidad. Sin embargo, si bien son los voceros de la ideología dominante, tal y como se comprobó en el estudio de esta Plaza Pública acerca de las opiniones periodísticas sobre el genocidio, casi las dos terceras partes (61% de las columnas analizadas) estuvieron a favor de que el juicio se realizase y, de resultar culpables, se condenara a los acusados.
La derecha guatemalteca, pues, está huérfana no sólo de líderes claros sino, y eso es tal vez lo más dramático para el desarrollo del país, está desprovista de ideas y propuestas novedosas que vayan más allá del neoconservadurismo y neofascismo que sólo por novelería y comodidad aparece recubierto de una leve capa de neoliberalismo. Temerosos y pusilánimes, los líderes visibles de la derecha guatemalteca no se animan a romper con su dependencia ideológica y financiera de la oligarquía, impidiéndose así todo atisbo o insinuación democrática. ¿Se animarán algunos liberales al cambio ahora que se les han caido todos sus muros y que el neo liberalismo demuestra por todos lados su fracaso?
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