Sin política

Guatemala goza de belleza natural y cultural. Ocupamos lugares importantes dentro de las listas de lugares espectaculares a donde viajar. Pero sin darnos cuenta estamos perdiendo una de esas fuentes de riqueza y desarrollo que poseemos. Y la razón, entre otras, es la falta de coordinación entre las entidades del Estado y la falta de una política pública que defina cómo queremos explotar esos recursos.

Un ejemplo de esto es la Reserva de la Biósfera Maya. Esta es el patrimonio natural y cultural más grande del país. Representa el 20% del territorio nacional y alberga más de mil sitios arqueológicos. Sin embargo, en la próxima década se pronostica la pérdida del 60% del bosque.

Las entidades estatales que tienen relación con la reserva son varias: Inguat, INAB, Conap, Idaeh, el Ministerio de Cultura y Deporte, el Ministerio de Ambiente, el Ministerio de Agricultura, etc. Pero ninguna trabaja en coordinación. Hay falta de certeza jurídica. Y pareciera que la reserva es tierra de nadie.

Espero que la Reserva de la Biósfera Maya no sea el equivalente a lo que en mi niñez fue la historia del pato poc. Este vivía en el lago Atitlán y se extinguió en 1987. Durante mi infancia escuché hablar de él porque era un ejemplo que se usaba para hacer énfasis en la importancia de cuidar la biodiversidad del país. Pero este ejemplo no ha calado.

Aún no tenemos políticas públicas o proyectos privados que permitan el desarrollo de la riqueza cultural y natural del país. Países como Costa Rica sí tienen una política clara de protección del medio ambiente que se nutre, entre otros, del turismo, pero que sobre cualquier cosa busca preservar esas riquezas naturales y culturales. Lo mismo pasa en Perú o en México, donde las industrias turísticas han permitido la conservación.

En Guatemala, el narcotráfico y la falta de desarrollo en Petén están acelerando el proceso de deforestación de la selva. Y el Gobierno no hace nada. Yo creo que en estos casos es necesario que surja una iniciativa del sector privado. Considero que la mejor forma de preservar es mediante la privatización. Casos como el rescate de los elefantes de Zimbabue o el manejo comunitario de las vicuñas en Perú son ejemplares para probar la eficiencia de la conservación en manos privadas.

Sin embargo, soy consciente de que muchos consideran que ese no es el mejor camino y tacharían esta política de neoliberal. Pero ¿qué hacer cuando estamos a punto de perder la riqueza cultural y ambiental más grande en el país? Estos son los temas que nos interesan a todos y en los que, pese a las ideologías, urge encontrar consensos.