Los últimos días han sido harto complicados. Hay veces que todo se junta y como que los astros se confabulan para hacernos la vida cuesta arriba. Nada grave, de hecho estoy feliz.
Mis hijos vienen el lunes y estoy esperando con muchísimas ansias el fin de semana que se acerca. Pero mientras tanto, las cosas están difíciles.
Puede ser que el fin de semana dormí más bien poco debido a una combinación de muchísima comida y cerveza el sábado y madrugar para ver el juego de fútbol americano el domingo. Sí, ahora veo futbol americano y sospecho que pasarán años antes de que comience a disfrutar el juego. El sábado nos juntamos en casa de un colega de El Paso Times a comer hot dogs y hamburguesas y charlar con los reporteros de deportes después del juego de la universidad local. El domingo, en un restaurant con 50 pantallas de T.V. a ver cuatro juegos al mismo tiempo. Como digo, entiendo más del juego pero es casi seguro que pasarán años antes de que lo disfrute.
Sobre todo porque justo esta semana estalló un escándalo en una prestigiosa universidad del noreste del país. El entrenador del equipo de fútbol de la universidad olvidó denunciar a la policía que le contaron que a uno de sus subalternos le gustaba ducharse con unos patojos de 10 años que conseguía en una fundación de ayuda a niños pobres que había fundado, dicen las autoridades que para conseguir patojos.
Total que se quedó callado el entrenador y se quedó callado el rector de la universidad. Es decir, lo reportaron a sus superiores, pero nadie fue con las autoridades. Y no puedo sino pensar en los paralelismos que hay entre esto y los clavos que tiene la iglesia católica. Tanto los curas como el entrenador, que por cierto era un tipo casi beato entre los entrenadores (mejor promedio de jugadores graduados, mejor promedio de jugadores arrestados, fama de tipo honrado), buscaron proteger a la institución antes que a los niños, buscaron el “bien mayor” y por eso apartaron a los curas abusadores y le quitaron las llaves de las duchas al subalterno. Y al final, queda la impresión que también buscaban protegerse a sí mismos, después de todo, ¿quién quiere matar la gallina de los huevos de oro?
Tardaré en disfrutar ese deporte. Pero de vuelta a lo que me preocupa estos días.
Puede ser que en medio del desvelo anoche me terminé de leer Sin novedad en el frente y eso es bastante como para agriarle el humor a cualquiera.
Puede ser que anoche, volviendo a casa un policía tan amable que daba pena odiarlo me puso una multota. Una horrible multota por ir a 40 en una zona de 30. El tipo superamable, yo quería estar enojado y quería odiarlo y decirle que era un hijo de puta (eso por miedo no se lo dije) pero no podía. El chavo súper amigable, súper respetuoso, súper buena onda. Pero igual me la dejó ir doblada y seguro la broma va a costar unos 200 dólares más escuela de manejo defensivo, más ir a decirle al juez que soy una buena persona y que lo siento mucho por querer llegar cuanto antes a mi casa.
Puede ser que los del banco me la están haciendo cansada para refinanciar mi carro y que eso me cuesta 100 dólares al mes en putos intereses.
Puede ser que olvidé mi almuerzo en casa y como ando en plan de no gastar pasé hambre todo el día solo para descubrir que lo tenía en el baúl del carro.
Puede ser que el fin de semana me llamó mi papá. Como siempre, para decirme que “algo puede pasarle”, que mejor saber dónde está su dinero y que está muy mal. No deja de ser un chantaje. No deja de ser gacho que después de tantos años de ausencia, venga a pedir lo que nunca dio. Pero aún así, duele verlo vencido, caído y en las últimas. Duele. Y cualquiera podría decirme que se lo merece, que se lo buscó y que no debería preocuparme. Pero es como cuando alguien se cae delante de un camión. Puede que sea su culpa, puede que se lo haya buscado, pero no deja de aterrarnos la idea que alguien quedó trabado entre las llantas cuaches de una camioneta. No deja de aterrorizarnos, constantemente, la idea que un día puede que descubramos qué marca de llantas tiene el bus.
Es jodido estar sin tener a quién contarle estas cosas, porque a final de cuentas siempre ayuda poder expresar en palabras, las cosas que aún le angustian, le molestan, le atemorizan. Hablando de ellas, uno domina las obsesiones. A veces.
Y en medio de todo, hay cosas que alegran la existencia. Recibí una carta el otro día. Nada especial, una carta de mi hermana. Habrán sido diez líneas y no hablan de nada especial. Pero comienzan con un “como sé que te gustan las cartas, te escribo para…” y eso es más que suficiente. Que alguien tome una pluma para hacerte feliz, para decirte cuánto te quiere, cuántas ganas tiene de verte y cuando el deseo es sincero, no puedes sino sonreír y soltar una lágrima si tienes inclinaciones de emo. También es cierto que hay cartas llenas de rencor y de reproches, pero esas están mejor en las gavetas.
Mientras, me preparo todo lo bien que puedo para la visita de mis hijos. Y los obstáculos no dejan de surgir.
Después de todo, como en el libro, son pequeñas -insignificantes- desgracias personales que nos atormentan aunque en el marco general de las cosas podamos decir que todo está Sin Novedad En El Frente.
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