Confirmó Giammattei que sí, que pondrá la seguridad pública y civil en manos de militares. Y por si no quedaba claro, ya había dicho que los delincuentes organizados serán «tratados como terroristas», una propuesta que solo hace quien ve la seguridad civil como problema militar.
Giammattei hizo esa afirmación subido en el ferrocarril de Jimmy Morales y Ricardo Quiñónez. Sí, ese que tiene 100 años, pero que en Guatemala está de inauguración. El tren-cachivache que al nomás emprender la marcha se «salió del riel» (Fegua, pobrecita, no quiere que digamos que se descarriló).
Giammattei no solo declara que usará un abordaje desacreditado globalmente para el manejo de la seguridad, sino que lo hará con gente cuya formación, experiencia y actitud no dan para otra cosa. Y no tiene ningún empacho en asociarse con la incompetente corrupción de las autoridades que nos trajeron hasta aquí. Lo confirma con la tibieza donde cuenta: sobre los repetidos derrumbes del fracasado (sí, fracasado) libramiento de Chimaltenango, que con apenas meses de uso ya lleva tres percances, solo alcanzó a decir que es «una pena que se estén dando en una obra nueva». Qué penita. Fíjese que nos estafaron por cuenta de 500 millones de quetzales. Otra vez. Le tengo una novedad: no es una pena. Es una vergüenza y un escándalo. Es execrable. ¿No le vendría bien al presidente electo usar un poco de su reputado genio impetuoso para denunciar el desvarío en vez de verterlo sobre una periodista que le hizo una pregunta incómoda?
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Así pues, aquí seguimos sin novedades. El elegido ya había aclarado desde el primer momento que su gabinete económico y social será un panel de interesados de las distintas ramas de interés: Agricultura para el comerciante de agroquímicos, Finanzas para el banquero, Energía para el comercializador de electricidad, Economía para el expresidente del Cacif, Salud para el representante de la farmacéutica. Un auténtico aprisco en manos de lobos.
A pesar de ello, hay quien se atreve a decir que debemos dejar trabajar a Giammattei, que debemos darle el beneficio de la duda. ¿Cuál beneficio si no hay duda? Con sus palabras y con sus acciones, el elegido se esmera en disipar desde ya cualquier incertidumbre que pudiéramos tener sobre él en materia clave. Recapitulemos, que al menos cuatro cosas podemos afirmar con evidencias: primero, que el presidente electo entiende la seguridad civil como asunto militar; segundo, que la corrupción en la obra pública se lamenta, pero no se denuncia ni se persigue; tercero, que nuestra economía desigual seguirá en manos de quienes hasta aquí han sido incapaces de hacerla crecer y se han dedicado a ordeñarla sin misericordia, y cuarto, que la prensa no debe hacer preguntas incómodas.
La semana pasada vimos a un millón de chilenos alzarse para protestar. Al incauto podría parecerle que es mucho alboroto por un aumento al pasaje del metro, sobre todo en un país aparentemente próspero. Pero lo que pasa allí es otra cosa y los analistas lo explican: la gente se harta de la injusticia y de la indignidad. Se cansa del descaro depredador. Más que la riqueza o la pobreza, es la combinación de abuso de parte de sus élites y desesperanza para su mayoría la que colma la paciencia y detona la rebeldía.
«Eterna primavera, eterna tiranía», acuñó Simon para nombrar estas tierras. En un círculo continuo, pareciera que aquí el poder gira siempre en torno al mismo eje, sin cambio y sin mejora, incapaz de levantar la vista ni ofrecer algo mejor. Sin siquiera haberse posado en la poltrona presidencial, con sus palabras y sus actos el elegido ya se empeña en dar otra vuelta a la misma noria.
Militares tras el trono y controlando a la población. El Cacif, con su mano estéril sobre la economía. La riqueza, repartida entre los eternos usufructuarios mientras se consienten la corrupción y la incompetencia. Y la crítica, satanizada. Podría estar describiendo a Serrano Elías, a Arzú o a Pérez Molina. Para ser visto de otra forma, Alejandro Giammattei tendría que comportarse de manera muy distinta a como lo ha hecho hasta acá. Tendría que ofrecer esperanza.
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