Según el reportaje de Silvia Lemus del 18 de julio de 2015, el director del Manicomio (como se conocía a dicho hospital) había denunciado que el centro estaba sobrepoblado. Las quejas las había hecho llegar al gobierno de Miguel Ydígoras Fuentes y al ministro de Salud, Mariano López. Y, de acuerdo con la investigación documental de la periodista (realizada magistralmente 55 años después), el fuego empezó en la cocina, cerca de los cuartos donde dormían 500 mujeres.
Para la época aquella, un incendio desatado en una construcción antañona, de artesón de madera, techo de lámina y vetustos sistemas eléctricos, no era de extrañar. Menos aun cuando la culpa recayó sobre una anciana que supuestamente confesó haber dejado una plancha conectada al irse a dormir.
Ajá. Muy bien, pero resulta que, según la investigación citada (basada en documentos de la hemeroteca de Prensa Libre), el incendio sucedió después de la medianoche. Y quienes conocemos la dinámica interna de los hospitales sabemos que nadie está fuera de sus pabellones a semejante hora. Tampoco es usual que una anciana considerada paciente psiquiátrica tenga una plancha a su alcance.
El descubrimiento de la causa lo hizo un experto estadounidense de la Administración de Cooperación Internacional llamado Rex D. Morris. También se cita al en ese entonces comandante del primer cuerpo de Bomberos Voluntarios, Héctor Cabrera. Fue algo así como: «Dicho por ellos, parte sin novedad».
Recuerdo que en el consciente colectivo de los guatemaltecos quedó la duda en cuanto a qué habría habido detrás de aquel siniestro. Así se lo escuché a mis padres en 1960. Así se lo escuché a uno de mis maestros en la Facultad de Medicina en 1974.
La gusanera se destapó cinco lustros después, cuando la historiadora médica Susan Reverby (2010) denunció el experimento Tuskegee (una de las perversidades más terribles que haya conocido la humanidad) y reveló que el médico John Charles Cutler replicó los estudios en Guatemala. Sobre ello arguyo en mi columna Secreto a voces, del 14 de agosto de 2011, en este mismo medio. Cito un segmento toral del artículo: «Fue en octubre de 2010 cuando el Gobierno de Estados Unidos tuvo que aceptar a través de su mismo presidente, Barack Obama, que John Cutler había inoculado sífilis en enfermos mentales, soldados, prostitutas y presos en Guatemala. Nuestro presidente, Álvaro Colom, calificó de espeluznantes tales ensayos y ofreció que se investigarían a profundidad. Así comenzamos los guatemaltecos —aun la mayoría de los médicos— a conocer el experimento Tuskegee, el cual, mientras más nos adentrábamos en él, encontrábamos terriblemente diabólico, incomprensible e inaceptable, tanto el experimento en sí como el silencio en que estuvo guardado, mudez que amenaza con llevarlo al olvido».
Se dijo entonces, en coloquios de amigos setentones (casi todos extrabajadores de Salud), que el incendio del Manicomio habría buscado borrar huellas de aquel infernal experimento.
Tan diabólica fue esa experimentación que alcanzó a niños… así como se lee… a niños del hogar Rafael Ayáu. ¿Puede imaginar el lector semejante perversidad?
En Guatemala se realizó para comparar la penicilina con otros antibióticos que comenzaban a aparecer. Para lograr la cantidad de enfermos que necesitaban como conejillos de Indias infectaron a más de 1 500 personas. ¡Háganme el favor! ¡Más de 1 500 personas contagiadas! (Si quiere saber más al respecto, le sugiero leer El Tuskegee y Secreto a voces en este mismo medio).
Cincuenta y siete años después se advierten muchas similitudes entre los prolegómenos y los sucesos del siniestro del Manicomio (1960) y el incendio del Hogar Seguro Virgen de la Asunción (2017). Entre otras, los avisos previos de la sobrepoblación de los centros, el inicio del fuego a la par de los pabellones donde dormían 500 mujeres en el Manicomio y la ignición de la habitación donde había exclusivamente niñas en el hogar seguro, la búsqueda de la dilución de las responsabilidades (una anciana en aquella época y supuestamente una niña ahora), la dicotomía entre investigadores nacionales (que los hay y muy buenos) y la presencia de peritos estadounidenses como una contraposición a los nuestros y otras tantas que el lector podrá colegir al hacer sus propias pesquisas documentales.
Ahora, en el caso del hogar seguro, la pregunta es: ¿se trató de borrar o callar algo por medio del fuego?
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