Los cotejos históricos así nos lo demuestran. Como muestra, analicemos dos semejanzas y dos diferencias entre las pandemias más devastadoras de la historia y la que ahora estamos sufriendo. Me refiero a la peste negra (1348-1350), a la gripe española (1917-1920) y a la de covid-19. El análisis nos llevará de la inseguridad a la certidumbre.
Revisemos los símiles.
1. El miedo como consecuencia de la ignorancia. En el primer caso, de las pulgas, las ratas y la Yersinia pestis (agente causal de la peste bubónica) solo se tuvieron noticias 500 años después (pero la humanidad sobrevivió). En el segundo caso, igual sucedió con el virus de la influenza que arrasó al mundo hace un siglo. Para entonces no se tenía la capacidad para diagnosticar con certeza ese tipo de virus y, a falta de vacunas y medicamentos para tratar la enfermedad, los esfuerzos se limitaron a consejos no medicamentosos como aislamiento, medidas higiénicas, cierre de lugares públicos y uso de mascarillas. En el tercer caso, el actual, con relación a vacunas y tratamientos viricidas, estamos (de momento) exactamente igual que hace un siglo. No tenemos ni lo uno ni lo otro y las medidas precautorias son las mismas: distanciamiento físico, lavado de manos y uso de mascarillas. Cabe destacar un escenario dramático en los tres: el pánico existente (del cual no pocos se aprovechan) a causa de la ignorancia.
2. El dejar a Dios como timonel de un barco sin brújula. Durante la peste negra se dejó a Dios como timonel en el mejor de los casos y como causa en el peor de los estrados. A falta de certeza diagnóstica y de un eficaz tratamiento, se recurrió a la piedad extrema. Su exageración se personificó en el movimiento de los flagelantes. El escaso conocimiento científico de la época se rindió a la supuesta voluntad de Dios, y las masas ignorantes optaron por la idea de un castigo divino a causa de la corrupción y del abandono de las buenas costumbres. Durante la gripe española (que de española nada tuvo) fue común el uso de amuletos y otros fetiches. Y, como en otras epidemias similares, su final estuvo signado (posiblemente) por una inmunidad colectiva. Seis centurias atrás, a Dios le endosaron la génesis (como ira divina) y el cese de la calamidad (como una bondadosa concesión). Esa vez, la de 1917-1920, no fue la excepción. Agotada por la guerra, las muertes, los terrores y los odios, la humanidad dejó de pensar para descargar en Dios sus venturas y desventuras. Y ahora, en pleno siglo XXI, de nuevo escuchamos voces que culpan a Dios, le exigen respuesta, ponen en duda su existencia o anuncian en nombre de Él la extinción del género humano.
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Veamos ahora las diferencias.
1. El conocimiento claro y preciso de la causa. Ahora sí se sabe del agente causal. Desde el inicio se supo. Y bien sabido es que el perfecto conocimiento del enemigo es la base del triunfo en una guerra. De tal manera, la salida del túnel actual es pura cuestión de tiempo, ya que al SARS-CoV-2 se lo está estudiando a paso rápido y seguro.
2. Los avances científicos relacionados con la prevención y la curación. A diferencia de las dos pandemias anteriores, se está trabajando aceleradamente en la elaboración de las vacunas (no solo de una) y en la producción de viricidas. China, Estados Unidos y el Reino Unido parecen ir a la cabeza en lo que a vacunas respecta, y Rusia encabeza los avances en la fabricación de los viricidas. De hecho, el recién pasado 10 de julio la Embajada de Rusia (a instancias del Parlacén) presentó, para los países de América Latina y el Caribe, el fármaco anticoronavirus llamado Avifavir.
De tal manera, estimado lector, tenga usted por seguro: a corto plazo tendremos a nuestra disposición vacunas y viricidas. Recuerde: siempre hay una luz al final del túnel.
Así pues, hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
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