Carolina, la mujer de seguridad, trató de ocultar su desgano con una sonrisa y se fue al salón de cámaras a revisar. Regresó 30 minutos después con la placa del taxi. Fui a buscar a Daniel, quien está encargado de la coordinación de taxis, y él empezó a hacer varias llamadas para pedir la colaboración de la comunidad de taxistas y se valió del WhatsApp para ubicar el vehículo. Pidió apoyo a la seguridad del peaje, que el taxista tenía que pasar obligatoriamente al bajar de regreso a la ciudad, para que con las cámaras se pudiera identificar la empresa. A diez minutos de que mi vuelo partiera, anoté los datos de Daniel, bastante decepcionada de la poco productiva búsqueda. Daniel me había convencido de que haría lo que estuviera en sus manos para ubicar mi teléfono.
Subí al avión, y la aerolínea me había cambiado de asiento porque mi conexión tenía pocos minutos para alcanzar el otro avión. Me asignaron asiento en el área ejecutiva, donde me senté al lado de María Teresa. La saludé y le pregunté si era local. Me dijo que sí. Le conté rápidamente lo que había ocurrido y decidí preguntarle abiertamente qué me aconsejaba para recuperar mi teléfono. Se mostró, al igual que Daniel, muy colaboradora. Me pidió el número de placas, llamó a su asistente y le solicitó que contactara a todas las empresas hasta encontrar al taxista. Todo esto, antes de que saliera el vuelo. Tuvimos una conversación muy amena hablando de los retos que para una mujer supone llevar una vida profesional exitosa y una familia. Intercambiamos contactos y me ofreció apoyo. Su empresa envía constantemente documentos a mi ciudad, y me dijo que podía preguntar en la empresa para enviar mi teléfono. Muy agradecida, me despedí y corrí a mi conexión.
Me tocó correr por todo el aeropuerto por lo ajustado del tiempo. Si perdía el vuelo, tenía que esperar hasta el próximo día. Y ya tenía compromisos, trabajo acumulado, y no quería incurrir en gastos innecesarios. Además, una se mentaliza en una cantidad de días fuera de casa, y yo ya quería regresar. Sumando a la corredera la frustración de haber perdido el teléfono, el cansancio era doble. Una señorita de la aerolínea hacía de todo para lograr que hiciera menos colas: me llevaba corriendo y se relajó hasta que apareció un carrito que se iba a encargar de llevarme a la puerta del vuelo. Me ahorró correr otros 50 metros. ¡Por fin un poco de paz!
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Subí al avión, donde tuve como compañero a Manuel, un supervisor de soldadura. El tenía un teléfono local, así que le pedí una llamada. Llamé a Daniel, el joven del aeropuerto. ¿Y adivinen qué? ¡Había logrado identificar la empresa, llamar a esta, localizar al taxista y pedirle que le entregara el teléfono! ¡Todo eso, en un par de horas! Daniel me comentó que él ha logrado ayudar a diferentes pasajeros a recuperar mochilas, computadoras y hasta bolsos con documentos importantes. Era verdad. Molesté nuevamente a Manuel y le pedí otra llamada, esta vez para comunicarle a María Teresa que Daniel había logrado ubicar el celular y que él se comunicaría con ella para coordinar el envío del dichoso teléfono.
Después de 12 horas de haber salido a tomar ese taxi, terminé de enterarme, vía Facebook, de que Daniel se había coordinado con María Teresa para que ella se encargara de hacer el envío a mi ciudad. Y así es como el taxista, Daniel, Carolina, María Teresa y Manuel, cinco personas que desconocía, consecutivamente apoyaron a otra desconocida persistente a recuperar su celular. Cuando pienso en el mundo y en su transformación, pienso en historias como esta (de las cuales tengo muchas): de personas que han colaborado conmigo y con las cuales busco colaborar para devolver los favores. Definitivamente, todavía existe gente honrada y colaboradora, que hace el bien sin esperar nada a cambio.
Ya no era recuperar el celular, sino recuperar el celular como un elemento físico que habla de una cultura de colaboración y convivencia pacífica global. Cierro con esta frase que un extraño (amigo) me enseñó el año pasado y que sirve para dejar claro que, cambiando nuestra visión de un mundo hostil a uno amistoso, nuestras realidades cambian: «Un extraño es un amigo que todavía no conozco».
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