Wallace Fowlie, profesor de Literatura en la Universidad de Duke, en su libro Rimbaud and Jim Morrison: The Rebel as Poet, publicado en 1994, dibuja los paralelismos entre estas dos figuras, que en distintas épocas representan la encarnación de la leyenda del poeta maldito, del arrogante genio incomprendido que se debate entre pasiones y amantes, consumido por sus vicios, adorado y denostado al mismo tiempo.
Y es que Morrison era un borracho disciplinado que bebía una bot...
Wallace Fowlie, profesor de Literatura en la Universidad de Duke, en su libro Rimbaud and Jim Morrison: The Rebel as Poet, publicado en 1994, dibuja los paralelismos entre estas dos figuras, que en distintas épocas representan la encarnación de la leyenda del poeta maldito, del arrogante genio incomprendido que se debate entre pasiones y amantes, consumido por sus vicios, adorado y denostado al mismo tiempo.
Y es que Morrison era un borracho disciplinado que bebía una botella de Jack Daniel’s antes de las diez de la mañana. Era el tipo arrestado por exposición indecente antes de acabar sus conciertos y con el cual era imposible grabar por el alto estado de intoxicación que normalmente presentaba. Sin embargo, es también la expresión de versos furiosos que se narran en primera persona, la interpretación histriónica sobre el escenario y, ante todo, la voz prodigiosa de la versión de Little Red Rooster, incluida en Live at the Hollywood Bowl, de 1968.
Pese a que Morrison es el ícono a cuya tumba en el cementerio del Père-Lachaise aún hoy llegan peregrinos con los bolsillos llenos de porros («Κατά τον δαίμονα εαυτού» —algo así como ‘luchando contra tu demonio interior’—, dice el epitafio), es injusto no reconocer que el poeta maldito no habría sido tal sin Ray Manzarek. En una escena dominada por las guitarras eléctricas y los bajos, el órgano de Manzarek es la verdadera nota distintiva y la identidad musical de The Doors. Riders on the Storm es una muestra.
Manzarek fue una figura discreta, inmersa en la escena del rock aun después del final de The Doors, con una larga y prolífica carrera que incluyó una versión modernizada de Carmina Burana que interpretó Iggy Pop. Fue también el autor de tres novelas. Su autobiografía, Light my Fire: My Life with The Doors, fue publicada en 1998. Entre otros detalles, Manzarek estuvo casado con su esposa hasta el final de su vida, en 2013.
The Doors es la combinación y el equilibrio de esas figuras. Y más allá de sus grabaciones más conocidas destaca esa progresión hacia el blues, expresada en Soft Parade, lanzado en 1969, cuya grabación se alargó hasta el infinito, principalmente por el alcoholismo de Morrison. Shaman’s Blues está en este disco y es, ante todo, una canción de amor y despecho que Morrison compuso para Pamela Courson, su pareja, luego de que esta lo abandonara y volviera con él —por enésima vez—.
Do you often stop and whisper?
It’s Saturday’s shore.
The whole world’s a savior.
Who could ever, ever, ever,
ever, ever, ever
ask for more?
Esos versos me encontraron conduciendo por un camino polvoriento en los Cuchumatanes, hace muchos años ya, con un caso serio de corazón roto. Y aunque todo lo cura el tiempo con sus sombras y sus luces, no me cabe duda del poderoso efecto que tiene un buen blues construido desde el equilibrio de un poeta maldito y un organista discreto.
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