»… Estas criaturas hablaban, pero sus palabras no se encadenaban unas con otras, no se entendían. Eran pesados y caminaban muy lentamente. No podían multiplicarse. Además, se deshacían, se desmoronaban. Eran aguados y rápidamente se humedecían en el agua. Este nuevo intento no agradó a los creadores: los deshicieron y desbarataron» [1].
Ante el reciente fracaso electoral de las dirigencias sociales y políticas de pueblos indígenas, de sectores progresistas y de la izquierda partidista e intelectual, el surgimiento avasallador del MLP y de Thelma Cabrera representa un parteaguas en la existencia, acción u omisión de los liderazgos tradicionales, algunos impulsores del surgimiento del movimiento maya como tal en 1970 y otros fraguados en el conflicto armado, en las negociaciones de paz, en la consulta popular de 1999 y en la organización de espacios sociales, movimientos campesinos e instancias indígenas gubernamentales.
Antes del proceso electoral, las organizaciones, liderazgos y partidos progresistas nacimos y crecimos bajo la sombrilla de las reivindicaciones indígenas, de clase y de género. Elaboramos discursos críticos ante la realidad colonial y nos cobijamos en organizaciones sociales, partidos políticos del sistema y gobiernos de derecha que permitieron nuestra presencia siempre que no fuéramos un peligro para el orden colonial. ¡Y lo aceptamos! Fuimos secuestrados por la lógica simbólica del Estado, por el espejismo de que desde adentro podíamos cambiar la injusticia, y lo que logramos fue la apariencia de una lucha revolucionaria y anticolonial.
Finalmente, como los seres de barro, tenemos vida social y política, pero nuestras acciones no se encadenan unas con otras. No nos entendemos. Tenemos dirigencias campesinas organizando marchas, asesores sobre minorías políticas en el Congreso sin resultados trascendentales, dirigentes de ineficientes ventanillas indígenas, académicos dando clases y realizando investigaciones sobre la realidad política en la universidad pública y en las privadas, y otros aceptando premios de consolación en ministerios o en algún puesto burocrático, o bien organizando, asistiendo o participando en foros sobre distintos temas.
Somos seres de barro que nos encapsulamos en el tiempo y en nuestro espacio de confort.
Rehuimos la representación. Más bien, usurpamos permanentemente espacios de dirección por el hecho de ser revolucionarios, indígenas o mujeres. Rechazamos la unidad o articulación política por diferencias personales disfrazadas de discursos de autonomía organizacional y para no parecer homogéneos. No convertimos en práctica social y política la unidad en la diversidad. A lo mejor ni la hemos entendido.
[frasepzp1]
¿Ha servido de algo nuestra participación? Posiblemente, aunque los resultados empíricos dicen lo contrario.
La posición electoral del MLP nos llama a reflexionar. Porque en sus movilizaciones públicas no vimos a los líderes tradicionales y eternos de las organizaciones campesinas e indígenas, de los movimientos sociales que organizan marchas y plantones y de los que en nombre de los indígenas y las mujeres han transitado en ministerios, comisiones, fondos sociales, pasarelas de grandes hoteles (invitados por las embajadas no por ser líderes, sino por ser simplemente indígenas mediáticos) o entidades creadas por el Estado para maquillar de multiculturalidad el colonialismo. No estuvimos los que nos ufanamos de ser académicos y de desarrollar discursos que, como el barro, se diluyen en el agua de la inconsistencia política.
Entre distintos grupos juveniles de partidos políticos de izquierda y de organizaciones sociales escuché la queja de que los dirigentes, gente mayor, cierran los espacios de participación y de relevo generacional en la conducción de las organizaciones y los partidos. Por eso aparecemos siempre los mismos en los mismos lugares y ahí inamovibles envejecemos con nuestras prácticas e ideas. Maximizamos nuestros pírricos logros y avances para justificar la usurpación de dirigencias y no dejamos que otros las asuman.
Hoy la realidad nos enfrenta al fracaso político. No obstante, para variar, sobredimensionamos los pequeños logros como si hubiéramos ganado el Gobierno o la mayoría parlamentaria. Y eso nos consuela y hacemos fiesta de la intrascendencia política.
Como dice el Popol wuj, tenemos que deshacer y desbaratar esa lógica y dinámica que hasta el 2019 hemos practicado, ya que la lección que han dado el MLP y Thelma Cabrera es un chipotazo al rostro del racismo. Es el surgimiento de nuevos actores con más legitimidad y debe ser una llamada de atención sobre la forma tradicional y triunfalista de lo que hemos venido haciendo desde 1970. No hacerlo significa diluirnos en las aguas del tiempo y la historia.
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[1] Humberto Ak’abal. Paráfrasis del Popol wuj (2019, cuarta edición, Guatemala: Maya’ Wuj).
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