Como si esa vorágine fuera poco, la opacidad en la elección de las cortes, la vulgaridad que ostenta la dirigencia política enquistada en el Congreso de la República y los desaciertos del Ejecutivo en la gestión de la pandemia han puesto a la sociedad guatemalteca entre la espada y la pared.
Muchas personas se quejan del estado silente de la población, y no pocas quisieran volver a las jornadas del año 2015, cuando las multitudinarias protestas de la clase media citadina y las comunida...
Como si esa vorágine fuera poco, la opacidad en la elección de las cortes, la vulgaridad que ostenta la dirigencia política enquistada en el Congreso de la República y los desaciertos del Ejecutivo en la gestión de la pandemia han puesto a la sociedad guatemalteca entre la espada y la pared.
Muchas personas se quejan del estado silente de la población, y no pocas quisieran volver a las jornadas del año 2015, cuando las multitudinarias protestas de la clase media citadina y las comunidades campesinas desmoronaron el gobierno de Otto Pérez Molina. Otras dicen que ese tipo de gestas se acabó y que se ha dado paso a la cómoda protesta desde las redes sociales. Pero yo me temo que esa apatía solo es temporal y parte de una manga de tiempo que nos está retornando a los años 1920-1921.
En aquella ocasión (cien años atrás, durante los últimos meses de la crisis sanitaria provocada por la pandemia de gripe española), la población guatemalteca despertó de un período de apatía y hubo un estallido social incontenible y feroz. Fue precisamente en ese traqueteo —el derrocamiento de Manuel Estrada Cabrera— cuando el pueblo enfurecido y enceguecido se metió al palacio de gobierno y arremetió en contra de quien se encontrara adentro. Al grito de «¡otro toro, otro toro!», las personas aprehendidas eran arrojadas a la turba, que las descuartizaba sin misericordia. Ni qué decir de uno de los personajes principales de la novela El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias. Me refiero a Miguel Cara de Ángel. Este sujeto —que sí existió— fue acometido de una manera tan brutal que la familia solo pudo rescatar una pierna para darle sepultura.
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De esos hechos tan inhumanos, aparte de estar documentados, escuché las versiones de personas que vivieron esos momentos de angustia. El 1 de noviembre de 2020 escribí: «Mi padre siempre me aseguró que Miguel Cara de Ángel había existido (ello exacerbó mi curiosidad con relación a ese engendro del mal). Me contó (cuando yo tenía 15 años) que un profesor suyo había quedado con secuelas acústicas a causa de las torturas que había sufrido por instrucciones precisas de un agente del gobierno de Estrada Cabrera. Y la descripción física de ese personaje coincidía con la descripción de Miguel Cara de Ángel en la novela de Asturias». A raíz de esa publicación, un prestigioso académico guatemalteco (de momento no puedo revelar su nombre porque no pude comunicarme con él para pedirle su autorización) me compartió que Miguel Cara de Ángel era su ascendiente y me relató los pormenores de los linchamientos de la llamada Semana Trágica, entre el 8 y el 16 de abril de 1920.
Cotejadas las épocas (1920-1921 y 2020-2021), los símiles son un pésimo manejo de una pandemia, con su cauda de contagios y muertes; el mal proceder del Legislativo (expresión misma de la vulgaridad); insolvencia moral y ética en el poder judicial, y un aparente lapso de adormecimiento del pueblo. Malos presagios estos porque pareciera que estamos entrando a la misma atmósfera de un siglo atrás.
De tal manera, estimado lector, en estos momentos de angustia le pido a usted serenidad y firmeza. Serenidad para no dejarse empujar a una conflagración social que solo agravaría la situación que estamos viviendo y firmeza para exigir sin violencia aquello que en ley nos corresponde. El Gobierno debe entender que la única manera de tranquilizar a la población es proveyéndola de vacunas y abasteciendo los hospitales, pues la gente se está muriendo hasta en las calles.
Por favor, no perdamos la esperanza. Los científicos ya hicieron lo suyo.
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