Cómo lo había dicho en una entrega anterior, ante el hecho de no tener un apoyo popular (en razón de los números electorales), es importante ahondar en la construcción de su propia credibilidad. Una jugada clásica pasa por el nombramiento de figuras claves en carteras importantes.
En esta línea, el nuevo presidente tiene la complicada tarea de reparar en cierta medida los errores cometidos por la administración Morales en términos de política exterior.
Todo presidente establece una política exterior que sentará la primacía con la cual el Estado tenderá sus relaciones hacia el sistema internacional. En el papel, el objetivo de cualquier política exterior contemporánea es la promoción de los derechos humanos. Otros dirán que el interés fundamental de una política exterior es promover el interés nacional. En términos generales, hoy es posible afirmar que en las actuales democracias es imposible hacer avanzar el interés nacional sin considerar el respeto fundamental de los derechos humanos.
Por tal razón es que, por mucho que un presidente nuevo tenga ideas novedosas sobre hacia dónde hacer girar la política exterior de su país, el plano macro de ejecución ya está delimitado en razón de las características estructurales del país. Todo esto, al margen de los ligeros giros que la nueva administración pretenda darle. Es decir, el futuro canciller guatemalteco tiene de cajón la tarea de intentar restaurar las relaciones bilaterales que se han visto dañadas durante la administración Morales, concretamente con cooperantes europeos clásicos. En Guatemala se ha cerrado el denominado chorro de la cooperación, y eso tendrá efectos gravísimos. Es necesario restaurar la confianza en los socios cooperantes. Al mismo tiempo, hay relaciones bilaterales con países amigos de Guatemala que no han estado muy bien en la última década, como las relaciones México-Guatemala, las cuales ha sido necesario levantar de a poco.
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El proyecto del tren maya que el presidente López Obrador pretende desarrollar en la zona sur de México puede beneficiar directamente a Guatemala y consolidar un polo de inversión conjunta. No es nada nuevo. Mucha expectativa generó también la agenda del Plan Puebla Panamá. Al mismo tiempo, la Cancillería tiene que volver a dar signos de primar la meritocracia nombrando embajadores de carrera y destituyendo embajadores de corte político que no tienen calificación alguna para ocupar esas plazas. Esto, dicho de paso, mostraría que la administración del presidente Giammattei está comprometida con rescatar la solidez institucional y el prestigio de la Cancillería. Luego —por si lo anterior no fuera ya suficiente— está el gran eje (el eterno eje) del apoyo al migrante, lo cual requiere terminar de institucionalizar la atención consular, así como la provisión de identificación que acredite que los migrantes son ciudadanos guatemaltecos y el apoyo a los migrantes detenidos. Luego de esto es necesario seguirle dando prioridad a la resolución del diferendo territorial con Belice en razón de que uno de los incuestionables ejes de la política exterior de Guatemala (si no es que el único) es considerar la solución de las controversias por medios pacíficos. Por último, seguirá siendo necesario que Guatemala apoye los esfuerzos globales —los grandes ejes macro— de la comunidad internacional.
Demasiado en la canasta para un mandato de tan solo cuatro años. Un reto muy complejo para el nuevo canciller, quien deberá reunir un equipo de asesores lo más técnico posible para así potenciar las capacidades de una agobiada Cancillería.
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