Este se encuentra instalado en nuestro cerebro, el hardware que nos permite interactuar con los miembros de nuestra tribu y con los otros. Así que no se puede afirmar que los ladinos no tenemos cultura, o que la misma está vacía. Sería como decir que hay un idioma sin palabras, sin gramática.[i] Tampoco se puede concluir que la categoría ladino es una “aberración” porque se considera simplemente como la negación de otra identidad, la indígena. Eso es incorrecto. El término, por el contrario, sintetiza una agregación: el resultado del mestizaje, genético y cultural, entre las diversas castas coloniales en Guatemala.
El término ladino ha evolucionado a lo largo de cinco siglos, por lo que es necesario revisar su historia para comprender a cabalidad su significado y la base material del mismo. Definitivamente, llegó de España a América como categoría prestada del contexto post-reconquista y expulsión de judíos y musulmanes de la Península Ibérica. A los judíos conversos (a la fuerza) se les llamaba “marranos” con sarcasmo, y eran el blanco preferido por la Inquisición pues, aunque intentaban adoptar “el lenguaje” de la mayoría dominante como estrategia de supervivencia, algunos también trataban de mantener en secreto sus propias creencias y prácticas religiosas.[ii] Su idioma, el ladino, era un castellano arcaico, que persiste en la actualidad entre la diáspora sefardita. Seguramente por eso, en Centroamérica se utilizó el término ladino como sinónimo de “cristiano nuevo” y ya con cierta connotación negativa debido, en parte, al antisemitismo de la Edad Media promovido por la predicación católica y por el papel de intermediarios financieros que los judíos jugaron en Europa, debido a las mismas enseñanzas cristianas que prohibían prestar dinero con intereses (de allí el adjetivo astuto, sagaz, taimado, según la RAE).[iii]
Aunque también debemos recordar que muchos judíos conversos vinieron a América creyendo que aquí escaparían de la persecución religiosa, el término se utilizó inicialmente para denominar a los indígenas que primero adoptaron el idioma castellano (RAE: “se decía de quien habla con facilidad alguna o algunas lenguas además de la propia”) y se convirtieron al catolicismo. Es decir que no se refería a un mestizaje genético, sino cultural (esto es, ladinización como estrategia de movilidad social). Estos nuevos sujetos, ciertamente, fueron vistos con recelo por sus mismos coterráneos pues se convirtieron en agentes intermediaros entre las dos culturas, especialmente por la vía comercial. De allí la noción del ladino como el que engaña o se aprovecha. Sin embargo, en mi propia investigación genealógica he encontrado que en los registros religiosos de la Verapaz el término se utilizó para denominar a una casta emergente, la de los hijos de esclavos, libertos y mulatos hombres con mujeres indígenas.
Como explica Christopher Lutz (2005) en su libro sobre Santiago de Guatemala, el modelo colonial basado en la bipolaridad entre españoles e indígenas fue rápidamente superado por la realidad. No solo los hijos de hombres españoles y mujeres indígenas buscaban un lugar en la nueva sociedad que se formaba. Estos eran propiamente los mestizos (en contraposición a los criollos, no a los indígenas), pero ellos se acomodaban más fácilmente en la sociedad colonial a pesar del vacío legal existente, pues podían pasar por unos o por otros, según el nivel socioeconómico del papá. Los que tenían más dificultad eran las nuevas castas, entre ellos los ladinos verapacenses, que primero tuvieron que ganarse la libertad y luego, literalmente, pelearon por ascender en la pirámide social. Cualquier bipolaridad étnico-racial o cultural de la actualidad, sigue siendo superada por la realidad; como en el pasado, es solo una ficción simplificadora.
[i] Coincido en gran medida con la crítica que hizo Marcela Gereda (2007) “Sobre la tesis de Guzmán Bockler” (Albedrio.org, Año 4). Me parece que es un buen resumen de las posturas pasadas y presentes en el debate sobre la bipolaridad indio-ladino.
[ii] Ver tesis de Gutiérrez Aguirre, Jerson (2010). “Los judíos marranos en Colombia. Rostros sefardíes y rastros del ladino o chudesmo en las historias familiares antioqueñas”. Universidad Tecnológica de Pereira.
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