Matemático de profesión y hoy un político activo, Fajardo contribuyó a la transformación de Medellín de una “narcociudad”, pobre y criminal, a una que hoy es modelo de reducción de la violencia y mejora de las condiciones de vida de sus habitantes.
Suena a un caso más de ese gusto que al parecer los guatemaltecos tenemos últimamente por los ejemplos colombianos. Sin embargo, las ideas de Fajardo no necesariamente coinciden con el “modelo” colombiano que frecuentemente asociamos a los discursos y charlas del expresidente Álvaro Uribe. Fajardo enmarca su discurso y planteamientos con principios y directrices interesantes, respaldados con resultados verificables y fuerte contenido social.
Nos habla de privilegiar la dignidad de todos los ciudadanos como principio imperativo y estratégico. En su gestión como alcalde, con este principio logró transformar el aspecto inicialmente dudoso de sus proyectos de infraestructura social, en éxitos de sonado reconocimiento internacional. Logró colocar edificios arquitectónicamente estéticos, modernos y bien construidos, destinados a parques-bibliotecas o colegios de la mejor calidad, en lugar de basureros clandestinos o terrenos desperdiciados en los barrios marginales. Una de las formas de medir hoy el éxito de esta “locura”, es el desplome sin precedentes de los índices de violencia e inseguridad en esos barrios, antes los más peligrosos de Medellín.
Fue lograr nuestra tan ansiada seguridad ciudadana, con la ahora tan cuestionada inversión social: con educación como motor de la transformación social (su lema es “Medellín la más educada”), transparencia y ciudadanía dignificada. Fijémonos bien, porque al calor de la contienda electoral, me parece que los guatemaltecos estamos asumiendo la necesidad de seguridad como una opción antagónica con la inversión social. Pero qué grave y ridículo error, porque precisamente lo que nos enseña Medellín es que es con ambas, no con una u otra.
Pero, ¿cómo lo hacemos con el lastre crónico de una carga tributaria tan baja? Al parecer acá la necedad no tiene escapatoria, tanto Uribe como Fajardo coinciden contundentemente: ¡Es necesario pagar más impuestos! Una verdad, para la que requerimos una demostración de su validez (teorema, no axioma, decimos los matemáticos).
¿Qué puede funcionar como una “demostración” válida para nosotros? Solemos pensar en respuestas como transparencia, confianza y participación ciudadana, combate efectivo a la corrupción, pero como conceptos o acciones aisladas e inconexas.
Fajardo nos plantea sus experiencias e ideario. Dice que transparencia es participación ciudadana. Que las decisiones más importantes las toman, y deben tomarlas los políticos, y toda sociedad tiene los políticos que quiere: sin participación amplia, no es legítimo descalificar a la clase política. Es la razón por la cual, nos explica, decidió dejar la comodidad de la academia para hacer política, empezando desde abajo, repartiendo volantes en las calles.
Así, si no confiamos en nuestros políticos, ¿seremos usted o yo políticos capaces de ganarnos la confianza de la ciudadanía a fuerza de honradez, resultados y trabajo tesonero demostrables? Fajardo cuenta que en su gestión pudo incrementar los impuestos y la recaudación, e incluso logró apoyos y donaciones millonarias del sector privado. ¿Cómo? Según Fajardo, fue posible porque se sabía que no se robarían un peso, y que las obras sí se harían. Por algo ganó las elecciones con el mayor número de votos en la historia de la alcaldía de Medellín.
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