El artificio de seguridad que el nuevo gobierno ofrece va más allá de una simple necesidad expresada en la intranquilidad de la población, sobre todo, urbana. Tiene un revestimiento de mano dura que no deja de tener alguna conexión con el contenido ideológico y las maneras de control de aquella época.
En ese sentido, el componente de seguridad como política de gobierno intenta aproximarse a atacar las consecuencias y no las raíces de la delincuencia. Esto hace, entre líneas, una equiparación simbólica entre temporalidades donde la subversión y personas o grupos que delinquen se etiquetan como similares; relacionamiento, por demás, erróneo. Valga aquí reivindicar el sentido de subversión en tanto derecho de rebelión frente a formas de opresión y represión, propias de algunos actores del reciente pasado que hoy figuran como funcionarios públicos o están afrontando juicios por su participación en desapariciones y masacres.
Muchas personas podrán percibir como importantes dichas acciones, sin embargo, las mismas nos remiten a un eterno círculo de “resolución” de problemas basados en la violencia. Por un lado, desde la que es legítima del Estado en tanto cuenta con el marco jurídico para aplicarla. Por el otro, la tranquilidad que pudiera generar la disminución de la inseguridad solamente por la presencia de elementos de la policía, el ejército o cualquier instancia creada a última hora. Quizá, momentáneamente dejará, en la colección de preocupaciones cotidianas, principalmente, el problema del trabajo y los salarios. Fuera de ello, las causas que le han dado origen continuarán siendo evadidas.
De igual manera, la lógica con que opera el capital en el presente provoca omisión de conciencia histórica sobre la construcción de nación que la ciudadanía debiera tener. Es decir, interiorizar las acciones drásticas que hoy asumimos como normales, particularmente referidas a seguridad, debido a la sobredosis que recibimos a diario mediante las empresas de información, la tecnología, el lenguaje, la educación, las relaciones laborales, de pareja y el consumismo, entre otros, para negarnos como sujetos históricos.
El trabajo y el entretenimiento son dos componentes de lo ideológico que se centran en priorizar las necesidades concretas de alimentación y vivienda, y en la omisión de las responsabilidades políticas que nos competen, por supuesto, más allá de la democracia representativa.
La incapacidad del Estado en temas de seguridad ha promovido, bajo intereses bien claros, el auge de maneras de organizarse paramilitarmente, o bien, desde lo privado en las colonias. El impacto de tales prácticas justificadas en la prevención de delitos atraviesa y condiciona las relaciones que se construyen y destruyen en colonias, comunidades, etc.
Entonces, la seguridad misma se justifica en la incapacidad o los limitados recursos del gobierno de turno, culpa, como siempre, de la administración anterior. Se fomenta el cerco de los espacios y el auge del sector privado de seguridad. Es la lógica de un sistema cada vez más voraz, violento y que niega la vida en contradicción bajo el supuesto de preservarla dentro de la trama comercial, donde empresas de policías privados y seguros sacan grandes tajadas.
El sistema no está lejos de buscar el control de las mentes. El discurso de la democracia ha sido su máxima para neutralizar la participación real. La alternativa a esto la tenemos en la deconstrucción de cómo opera la ideología en nuestro diario vivir. Nos toca reinventar las herramientas para jugarle la vuelta a estas ideas de seguridad. Una deconstrucción de lo que parece normal dentro del sistema y el orden.
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