Entre los antiguos, la seducción tenía tal nivel de consideración que, como todo lo importante, contaba con varios mitos que la explicaban. Recordemos entonces el mito de Adonis. Adonis nace de la corteza de un árbol y, por ser tan bello, es puesto en un cofre para ser protegido. Pero este árbol es en realidad la madre de Adonis, de nombre Esmirna o Mirra, quien ha tenido al menos 12 noches de sexo incestuoso con su padre y, huyendo por su vida, clamó antes a los dioses para que la hicieran invisible, de modo que los dioses la transformaron en árbol.
Qué efectivos.
Adonis crecerá con Perséfone, pero Afrodita lo desea. Frente a este conflicto de diosas en celo, Zeus determina que Adonis pase un tercio del año con Perséfone, un tercio con Afrodita y un tercio con quien el muchacho quiera. Sin embargo, Adonis prefirió quedarse con Afrodita.
¿Qué extraemos de este mito?
Existe toda una mitología construida en el mundo griego respecto a la seducción y al sexo. Y en conexión con los aromas, además. La mirra, utilizada para todo tipo de rituales, será el símbolo de la belleza que envuelve. Adonis está hecho de mirra y debe, por mandato divino, estar con Afrodita (la diosa del amor, del deseo, de la belleza, de la reproducción) y con Perséfone (la diosa del inframundo). Diríamos entonces que en la visión griega debe haber belleza tanto para vivir como en la forma de morir.
Lo anterior nos obliga a recordar las caracterizaciones griegas con respecto al término belleza. Uno puede aplicar el término όμορφος (-η), o bien ωραίος (-α), a un hombre o a una mujer, según sea el caso, sin que se perciba ninguna necesidad de dividir el uso de la palabra de acuerdo con una distinción de género. Los especialistas que refieren al griego antiguo, entre ellos Aryeh Kosman, explican lo complejo de comprender el término belleza en la concepción griega. Kosman explica que «las observaciones de Aristóteles [en muchos de sus textos] nos producen perplejidad solo en la medida en que traducimos kalon por bello y to kalon por belleza o lo bello». Prosigue diciendo: «Cuando Aristóteles escribe que una persona de coraje aguanta y actúa como lo hace kalou heneka, los traductores lo representan como queriendo decir que tal hombre actúa así no por causa de lo bello, sino de lo noble».
Sin embargo, cuando nos referimos a la pieza platónica del Hipias Maior, encontramos en Platón conexiones interesantes que dejan claro que para el mundo griego la belleza no se limita únicamente al mundo del arte o al mundo de la naturaleza. En Platón, lo noble (kalón) y lo bueno (agathon) son elementos conjuntos que además se compaginan con la idea del erôs, mientras que en el pensamiento aristotélico lo noble es bello y lo bello produce admiración.
En lo único que hay algún tipo de consistencia es con relación a que el término kalón era aplicado con énfasis reiterativo al sexo masculino. Por eso, en el inicio del cortejo pederasta, el filósofo contemplaba —al visitar el gimnasio o los baños— la belleza del cuerpo esperando que esta fuese acompañada con algún vestigio de vocación filosófica. Claro, si ese ejercicio se hiciera hoy en los gimnasios modernos, la lógica griega se rompería: entre más belleza corporal, más idiota se resulta ser. Y esto se aplica, dicho sea de paso, a ambos sexos.
Es importante notar que, en términos generales, el filósofo podía iniciar el cortejo pederasta, pero la sabiduría convencional obligaba eventualmente a huir si el cortejo comenzaba a dirigirse hacia lo físico. Por eso Sócrates rechaza a Alcibíades. En el texto de Søren Kierkegaard que nos ocupa, más de alguien podría pensar que el elemento cristiano se ha introducido en tanto en cuanto la seducción se dirige exclusivamente a la mujer. Aparentemente. Pero no es así. Kierkegaard tiene como fundamental interés establecer parámetros acerca de lo que él considera que es la seducción, en la cual el mero goce físico no cuenta. En ese sentido, el abordaje es aún griego, fundamentalmente, por buscar el punto previo que detiene la seducción antes de que esta conduzca al acto carnal. Dice Kierkegaard en Diario de un seductor: «… valiéndose de sus dotes naturales, él sabía engatusar a una joven hasta atarla a su persona sin preocuparse más tarde de poseerla en sentido estricto. Imagino que sabía llevar a una joven hasta el punto en que estaba seguro de que [ella] habría sacrificado todo por él. Llegado aquí, cortaba todo, sin que por su parte tuviese lugar la menor presión, sin que hiciera la más mínima alusión al amor, sin una declaración o promesa…».
¿Qué sentido tiene este tipo de esfuerzo?
Se trata de presentar un matiz de tipo espiritual en lo que respecta a una vida de tipo fundamentalmente estético.
Veamos otras páginas del texto. Página 45: «¿Qué gozo puede haber en un amor que no exige el abandono absoluto de al menos una de las partes? Para esto, en realidad, se necesita el espíritu». Página 53: «Mi relación con ella no es nada sustancial, es puramente espiritual, lo que, naturalmente, equivale a nada en las relaciones con una joven». Página 63: «Conviene que no caiga como cuerpo pesado, sino como espíritu que gravita alrededor de otro espíritu». Página 73: «¿Qué teme una jovencita? El espíritu. Porque el espíritu representa la negación de toda su existencia femenina».
Kierkegaard está pensando en una forma de seducción que no es la de Casanova o la de Juan Tenorio. En efecto, se trata de la seducción del pensamiento por medio de la razón a través de ideas.
Pero de ideas bellas.
Más de este autor