Casi casi el robo como un símbolo de identidad nacional, sobre todo si reconocemos el papel que el Estado tiene en la situación estructural y coyuntural hoy por hoy.
Estaba yo en un hotel de esos que están a la orilla de la carretera, en la aldea Santa Cruz. Un taller de comunicación con jóvenes de Alta Verapaz y Zacapa en un lugar en donde todo tenía que “Pasa(r)bien”. Nos distribuimos las habitaciones, dejamos nuestras maletas y vamos a cenar. Al entrar a la habitación, vi que mi maleta estaba discretamente abierta, en la cama estaban los cables del teléfono y de la computadora solo el recuerdo. Pasado el susto, unos amigos y yo nos dimos cuenta que alguien había ingresado al cuarto por la ventana, dejó su huella de zapato en la mesa que estaba a la par y además de la laptop, se llevó una cámara digital y dinero. Me dejó la billetera con mis papeles y mis tarjetas. Estoy convencida, en todo caso, que era un consciente amigo del ambiente: apagó la luz que yo tenía prendida.
Luego, los trámites correspondientes en el contexto oriental: la moto, la estación de policía de Río Hondo y una agente que decía a cada rato “es una barbaridad” en ese acento zacapaneco tan bonito, la noche de la Sierra de las Minas y dormir en una habitación diferente, pero contigua (y por lo tanto, con el mismo temor de que alguien quisiera apagar el aire acondicionado y de paso jalarse la crema de noche).
Al levantarme el día siguiente, Henry, Adela, Héctor, Oldin, Pilo, Coca, Kathy, Levy y Joel estaban ahí para darme un abrazo y las disculpas por lo que había pasado en Zacapa. Cuando yo le explico a Faridt que eso pasa en cualquier lado de Guatemala, y no se diga en la capital, él me responde que de todas maneras el sentimiento no se va, “es como si te abriera mi casa y ahí te pasa algo”. No importa que no hayan sido ellos, pero fue en su tierra y seguramente uno de ellos, alguien de Zacapa. Es acá donde he descubierto en jóvenes eso de la identidad, de sentirse orgullosos de lo que son y eso les permite ser auténticos y disfrutarse sin complejos. Y tengo que aceptarlo, los gestos de cariño y de protección vienen también de hombres que se preocupan por las mujeres y que logran encontrar la sensibilidad suficiente para expresarlo.
Durante ese día me quedé pensando qué hay detrás de las pérdidas materiales obvias y en las pérdidas que no reportamos en las denuncias. El robo es también un acto simbólico violento que no reconoce el valor que las otras personas dan a sus objetos. Yo lamento no poderles mostrar las fotos de esos zacapanecos y zacapanecas que me llevaron en su moto, o que me abrazaron bien duro, o que me regalaron unas pulseras para subir el ánimo.
También se llevaron dentro del maletín de la computadora la foto de una Ana María de mi infancia. Una de esas fotos que sobran cuando se necesitaba sacar el pasaporte en los años ochenta. Era la imagen viva de la mamá de mis panes con cheese whiz, fiestas en Campero de la séptima avenida de la zona 9, y ventas de catálogo en hospitales. Se busca esa foto, habrá recompensa.
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