Uno de los aspectos que más llamaron mi atención en las jornadas de protesta del 2015 en Guatemala es el tufo a misoginia que se percibía en memes, carteles, consignas, columnas, reportajes y otras formas de comunicación dedicadas a Roxana Baldetti, quien se ganó a pulso el rechazo. Pero no estoy hablando de su responsabilidad política y penal. Me estoy refiriendo al recurso de la descalificación y el desprecio asociados a su condición de mujer.
En relación con esos acontecimientos, pienso que Otto Pérez Molina tiene más responsabilidad que ella. Sin embargo, he escuchado a hombres y mujeres que se compadecen en algún momento de un Pérez Molina derrotado. En cambio, no he percibido actitudes similares respecto a Baldetti. Por el contrario, ella es la figura que merece ser denigrada y castigada al estilo de un vulgar reality show.
Pero dejemos atrás a Baldetti y abramos un poco más el lente. «La misoginia es la actitud de odio, rechazo, aversión y desprecio hacia las mujeres y, en general, hacia todo lo relacionado con lo femenino, [que es considerado] como inferior»[1].
Tal vez usted no se considere una persona misógina. Y no es preciso que lo sea en términos absolutos, ya que mujeres y hombres podemos tener rasgos de misoginia en actitudes y conductas, en mayor o menor medida, y no necesariamente seremos conscientes de ello.
También es indispensable mencionar que la misoginia es solo un factor dentro de una sociedad patriarcal y excluyente, un factor que trasciende lo ideológico en la política. De esa cuenta, en Guatemala es habitual escuchar descalificaciones dirigidas a mujeres como Zury Ríos, Anabella de León, Sandra Torres, Yassmin Barrios, Claudia Paz y Paz, Thelma Aldana, Nineth Montenegro, Rigoberta Menchú, Raquel Blandón o Patricia de Arzú, entre muchas otras.
Los matices y la virulencia pueden variar. Las críticas de fondo también pueden ser diversas. Pero antes de discutir sus ideas se recurre con frecuencia a la descalificación y se cuestionan aspectos personales como vida familiar, moral sexual, apariencia física, edad, etnia, adscripción religiosa y afición artística, pero ante todo se suele criticar la transgresión, concretamente su irrupción en campos reservados para los hombres. De ahí que las críticas más duras sean para las mujeres percibidas como autoritarias y que se encuentran en posiciones de poder.
Paradójicamente, en el imaginario político chapín, el autoritarismo ha caracterizado positivamente a figuras como Alejandro Giammattei, Alfonso Portillo, Álvaro Arzú e incluso Otto Pérez en su momento.
En suma, la catarsis colectiva a la que hemos asistido en 2015 expuso algunas de nuestras taras sociales. Pero tenemos la oportunidad de hacer un ejercicio de ruptura y autocrítica. En la segunda vuelta habrá dos figuras objeto de escrutinio. Y está bien que se cuestionen sus equipos, alianzas, planes, logros pasados e ideologías. Pero también habrá campaña negra y misógina, especialmente contra Sandra Torres.
No le estoy diciendo que debe simpatizar con ella. Si quiere criticarla, lea su plan de gobierno, analice quiénes la acompañan, valore si son realistas sus ofrecimientos y exprese su disenso. Y cuando reciba mensajes acusándola, pregúntese si se la está descalificando por su proyecto político o por ser una mujer accediendo a un campo reservado para hombres.
Algo similar valdría para el candidato Jimmy Morales si fuera criticado por ser mestizo, por haber estudiado en una universidad pública o por haberse dedicado a la comedia en lugar de a otra profesión como la economía o el derecho. En ese caso, él también merecería ser criticado por la calidad de su plan, su equipo, sus capacidades personales y su discurso.
Para finalizar, me gustaría contarle que ninguna de estas dos personas fue mi primera opción electoral. Pero ambas merecen una crítica acorde con el cargo que quieren ocupar. Y en relación con la misoginia, no se trata solo de Sandra Torres. La misoginia ya había aparecido contra Zury Ríos y otras mujeres aspirando a cargos públicos desde mucho tiempo atrás.
Si realmente estamos construyendo un nuevo momento de ciudadanía, tenemos la obligación de ser coherentes. Y uno de nuestros retos debería ser el combate de cualquier forma de violencia y discriminación. La misoginia es una de ellas.
[1] Adaptado de Bosch, E., Ferrer, V. y Gili, M. (1999). Historia de la misoginia. Barcelona: Anthropos.
Más de este autor