Al reaparecer después de una corta pero extraña ausencia, dada su propensión continua a estar bajo los reflectores mediáticos, el mandatario Alejandro Giammattei anunció que estamos a las puertas de la nueva normalidad.
De acuerdo con el gobernante, en su mensaje dominical divulgará las disposiciones que regirán la reapertura de actividades en el país, las cuales seguramente se conocerán antes debido a la también común filtración de información que padecen las instancias oficiales. Si no, trascenderán distorsionadas ahora que el deporte nacional es practicar o caer en la seducción de las fake news.
En ese sentido, si entre sus afirmaciones de media semana y las del inicio de la próxima no ocurre la contradicción que igualmente se está acostumbrando en esta gestión, el jefe del Organismo Ejecutivo expondrá, tal vez de forma precipitada o con exagerados detalles, las circunstancias que en la segunda quincena de julio marcarán que la gente vuelva a las calles.
Sin desprenderse del ya no bien recibido tono coloquial, tan oportuno cuando era candidato, pero poco agradable en su papel de estadista, Giammattei dijo que debemos aprender a convivir con la covid-19, pues el cuerpo humano no ha generado defensas frente a la enfermedad del momento.
Las declaraciones del presidente sonaron a sálvese quien pueda a pesar de que seguramente no fue esta su intención. Sin embargo, motivó esa sensación al delimitar la realidad a «o nos da o nos salvamos de que nos dé». Y es que, después de cuatro meses de decisiones que empezaron consistentes, pero que pronto se tornaron confusas, además de afectadas por el excesivo histrionismo, espontáneo o programado, del mandatario, ahora se perfila la reactivación general.
Con una secuela que rebasa el millar de decesos y los 20,000 casos activos, la covid-19 se posa en personas y en diversas superficies. Y, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el aire es foco de contaminación, alerta que eleva la incertidumbre y el miedo.
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Frente a la probabilidad de que el Gobierno ordene que en el corto plazo comience el retorno, el que ojalá no sea en función de «portarse bien», sino producto de un profundo análisis de riesgo, es importante que la población reflexione respecto a que no solo se trata de descartar los apapachos y de usar mascarilla, anteojos y guantes.
Resulta fundamental que, en efecto, se establezca el distanciamiento físico, factor clave como el equipamiento básico en función de dónde se camine. Pero junto a ello es necesario que prevalezca el sentido común, el que, por ejemplo, no se vio en la reciente reapertura que organizó el Gobierno de la Ciudad de México.
Indudablemente, el confinamiento trastorna las emociones. Por eso hace poco en México, y antes en Europa, lo primero que mucha gente hizo fue desbordarse, y al hacerlo puso en rojo las alarmas de contagio. Para nuestro caso, Giammattei ha indicado que la población deberá aprender a vivir con la posible exposición al virus, lo cual significa que cada quien vea qué hace.
¿Qué pasará en las actividades laborales y cómo se prevendrá el contagio? Si bien el teletrabajo es opción, no todas las actividades tienen las condiciones ni se prestan para concretarlo. ¿Cómo se desempeñará el desde siempre temerario transporte público, ese en el que a los riesgos de los asaltos y a la imprudencia de los pilotos se añade el virus?
Parece que cada espacio laboral, punto de reunión social o familiar, área de distracción, gestión de servicios y cualquier otra arista de la cotidianidad que acostumbrábamos volverán a marcar nuestro día a día sin que haya la mínima certeza de no contagiarse ni de que, en caso de suscitarse, se cuente con la asistencia médica.
Quedará entonces en la responsabilidad de cada quien no solo adaptarse a esa nueva normalidad, sino ocuparse de sortear a la covid-19, enfermedad que por tiempo indeterminado permanecerá cual espada de Damocles sobre una población que caminará bajo una amenaza latente.
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