El 1 de noviembre, alrededor del medio día, mi hija mayor y yo nos dirigimos a la casa de mi hermana para conseguir el tan esperado fiambre que dicho sea, lo aderezó como nunca. Cerca de la entrada principal de Cobán, nos percatamos de un accidente acaecido frente a un conocido centro comercial: Una señora recién había sido atropellada.
Mi hija aparcó el vehículo y yo corrí para evaluar el estado de la víctima. Otras personas le prestaban ya los primeros auxilios de una manera aceptable. Hice lo que manda la razón: Pedir a un grupo de curiosos que detuvieran el tráfico, delimitar mediante un círculo humano el espacio suficiente para atender en las mejores condiciones a la paciente, establecer un primer triage (clasificación) y evitar que aspirara las flemas francamente sanguinolentas que —en esos momentos— ya le dificultaban la respiración.
La situación era grave. La paciente necesitaba ser estabilizada. Sus condiciones clínicas indicaban a ojos vista que difícilmente sobreviviría.
Las primeras unidades de ayuda comenzaron a llegar. Socorristas de la Cruz Roja, muy bien entrenados, iniciaron el proceso de inmovilización para transportarla. El examen físico inicial lo había hecho yo y les proveí la información para ganar tiempo. Y en esos momentos comenzó una debacle donde se mostró tal cual el salvajismo urbano. Y a ello me referiré. Lo realizado por los Socorristas y luego por los Bomberos Voluntarios fue más que excelente.
El primer caso de sandez lo provocó el personal de un camión blindado. A dos metros del círculo humano de protección, bocinaba y bocinaba a fin de, supusimos, pasar lo más pronto posible. Para ventura nuestra, el círculo humano no se movió. Entonces, el piloto furioso, se pasó a la vía contraria y casi colisiona de frente con dos autos que transitaban a velocidad moderada para el momento que se vivía. No había policía de tránsito, oficiales de la PNC ni otro tipo de autoridad.
No obstante la actitud fue sañuda, los conductores que hacían fila atrás del blindado, lo imitaron. Resultado: casi chocan a la ambulancia a la cual estaba siendo subida la paciente.
Una unidad de los Bomberos Voluntarios impidió la aglomeración de más personas y ayudó a establecer la logística de la vía de salida, al momento hartamente complicada por los automovilistas que, en franco irrespeto a la vida humana, bocinaban y gritaban entre otras cosas: “¡Den paso…%&$!”
Para cerrar el percance con broche de latón que no de oro, cuando la ambulancia ya con “sirena abierta” se preparaba para salir hacia el hospital, un carro agrícola, de esos con vidrios polarizados y que cargan guaruras (o son guaruras) atrás, yendo en vía contraria al vehículo de auxilio, se acercó y el piloto bajó el vidrio para gritar: “¡Llévenla al hospital %&#…!”
No está demás decir que el responsable, quien atropelló a la señora, había huido.
¿Acotaciones? Por demás. Estamos perdiendo la capacidad de compasión, solidaridad y humanidad misma para dar paso a la brutalidad del yo y solamente yo. La cólera de quienes insultaban estaba fincada en el no poder pasar a la velocidad que deseaban, posiblemente por temor a perder su fiambre y también, en la ignorancia de cómo atender a una persona en tales circunstancias.
No dista mucho esa postura de la adoptada por personas que, en nombre de la crisis, en el área de mayor impacto del terremoto que nos sacudió el día 7 de noviembre recién pasado, se aprovecharon de las necesidades básicas de los afectados.
Junto a las dolorosas noticias que nos llegaban a la capital y departamentos no dañados, escuchábamos otras no menos neurálgicas: Súbita alza del valor del transporte colectivo en aquella región, el aumento de los precios a los alimentos y, como colofón, se notició que hasta el agua pura se estaba vendiendo a montos exorbitantes.
¿Cuándo comenzó esa vorágine en nuestro país? ¿Cómo lo permitimos? El último sismo gigantesco que yo viví, el llamado Terremoto de San Gilberto (1976), hizo que los guatemaltecos nos uniéramos en una causa común: La lucha por la vida.
Obras son amores y no buenas razones. Nunca es tarde para aportar algo que ayude a mitigar la angustia de nuestros hermanos en el occidente. Y no permitamos que el salvajismo se siga empoderando de nuestra sociedad.
Hasta el próximo lunes si Dios nos lo permite.
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