El anuncio no dice claramente «que la pandemia haya finalizado» pero se entiende como tal el hecho que se declare el fin de la emergencia epidémica internacional que provocó la muerte de no menos de 6,9 millones de personas, aunque la propia OMS «calcula que se ha cobrado 20 millones de vidas», es decir, más allá de los recuentos oficiales.
La cronología macro de la pandemia, para nuestro país, fue la siguiente: el 11 de marzo de 2020 se declaró, por la Organización Mundial de la Salud, que la enfermedad conocida como COVID-19 era una pandemia; el 13 de marzo 2020 se declaró como tal, el primer caso en Guatemala; el 11 de marzo 2021 se notició que mediante el mecanismo COVAX Guatemala se convirtió en el tercer país de la región de las Américas (después de Colombia y Perú) en recibir la vacuna»; y el 5 de mayo 2023 se supo del fin de la emergencia internacional decretado por la OMS.
En el entretanto quedaron hechos vergonzosos y aún no dilucidados como el affaire de las vacunas Sputnik, el escaso porcentaje de vacunación alcanzado y las agresiones al personal de salud por parte de las personas negacionistas, muchas de ellas ahora arrepentidas, después de haber perdido a un familiar cercano o haber sufrido la enfermedad en carne propia.
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Quienes estamos inmersos en el quehacer médico tenemos claro que el fin de la emergencia internacional no significa que no haya casos de COVID, porque sí los hay. Pero, el comportamiento de la enfermedad y la ostensible disminución de personas afectadas aconseja declarar el cese de la misma.
A la luz de los sucesos que bien pueden interpretarse como signos de los tiempos, es momento de cuestionarse paredes afuera (de casas, hospitales, oficinas, etcétera):
1. Para los que fueron incoherentes entre su decir y hacer y se encuevaron habiendo podido ayudar a sus prójimos, vale preguntar: «Caín, ¿dónde está tu hermano?». Porque no solo se mata por acción sino también por omisión. La pandemia nos demostró que más allá de la afectividad insana (abrazos y promesas carentes de verdad), es necesaria la efectividad.
2. Para las personas que sobrevivimos, especialmente quienes estuvimos al borde de la muerte: «¿cuál es ahora mi propósito en la vida?».
3. Para quienes propagaron noticias falsas, despotricaron contra la ciencia y los científicos sin base alguna y/o medraron aprovechándose de la crisis: «¿no será acaso tiempo de discernir y retomar el camino humanamente correcto?».
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En un lapso de tres años, un mes y 22 días yo utilicé 2,260 mascarillas aproximadamente (a razón de dos por día). Pero mis hermanas y hermanos médicos de primera línea, enfermeras y enfermeros que estuvieron en el frente (centros de salud, servicios de emergencia y servicios de intensivo), y todos los salubristas que se fajaron en las áreas de riesgo utilizaron mucho más con las consabidas consecuencias económicas, para ellos y sus familias (porque ayuda adecuada no tuvieron). ¿Dice algo este pequeño dato a nuestra conciencia? Digo pequeño dato porque situaciones peores hubo para quienes lucharon a brazo partido contra la enfermedad y sus consecuencias (para protegernos a nosotros, la población vulnerable).
Hoy iniciamos otro tiempo histórico, es momento de escuchar, meditar, discernir y ver el horizonte con ojos de esperanza. Mucho nos dice el lenguaje de los signos de los tiempos. Por esa razón decidí titular este artículo: Salimos del túnel pandémico. ¿Hacia dónde mirar ahora?
Blas Pascal (1623-1662), matemático, físico, filósofo y teólogo francés, aleccionaba constantemente a sus alumnos: «Hay suficiente luz para quien desee ver claro y suficiente oscuridad para quien piense en dirección opuesta».
Mientras ese momento llega, el de saber hacia dónde mirar ahora, no cesemos de repetir: a Dios Óptimo Máximo, gracias le damos por tenernos aquí.
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