El juramento decía así: "uri, vinciri, verberari, ferroque necari". El sentido de estas palabras es muy claro, la aceptación de afrontar el final de la vida por doloroso y aterrador que este sea. Esta misma esencia de profundo heroísmo frente a la adversidad, la actitud de esperar la muerte con los ojos abiertos –según leemos en las memorias de Adriano– es pilar conceptual que los romanos heredaron de sus conquistadores griegos.
Hemos de recordar las preguntas fundamentales del Fedón. Sin embargo, no quiero únicamente reparar en el problema de la muerte, aunque en efecto, mis siguientes columnas harán énfasis en la estética de la muerte: Si hemos de morir, hemos de morir de la forma más elegante. A lo que quiero arribar es al punto de mostrar lo cobarde que resulta la actitud de la actual sociedad capitalista y posmoderna por huir, para esquivar y hacer de lado el cumplimiento del deber a pesar de las circunstancias.
Sócrates recibió del oráculo la sentencia: El filósofo debe morir para que la ciudad sea redimida. En efecto, Sócrates no evadió dicha responsabilidad sino todo lo contrario. Sócrates ha sido el más sabio y el más justo de los hombres porque cumplió con lo que enseñó. Pero tomemos otros ejemplos que nos hagan rozar la categoría de los titanes, los semidioses y aquellos capaces de, en situaciones extremas, saber afrontarlas con tranquilidad y gallardía: Puedo pensar en los primeros cristianos, quienes ¨vestidos con pieles de cordero y perseguidos por lobos, devorados, traspasados por lanza y quemados¨ jamás apostataron. San Pablo en camino a Roma para encarar al César, aunque su final haya sido la muerte –para él tan esperada. Lutero en camino de defender sus tesis en Roma, o los legionarios franceses que en el último día de la batalla de Camerón supieron no dar la espalda ante la adversidad (seis legionarios franceses contra 500 mexicanos), y cumplir con el deber encomendado.
¿Acaso nuestro mundo contemporáneo puede hallar suficientes hombres con este grado de andreia? ¿Cuántos hombres y mujeres hoy siguen permitiendo que el daimón de la σωφροσύνη gobierne sus vidas?
Conozco el caso cercano de un adulto joven cuyo deseo es ingresar al sacerdocio. Su vocación intelectual le ha llevado a la profunda reflexión de la existencia humana. Debido a su formación intelectual deberá hacerlo en Europa puesto que, siendo vocación tardía, el “tercer mundo” le queda algo estrecho. Este joven, recientemente afrontó la muerte de su abuelo materno –según supe– y no pudo encontrar un sacerdote cercano para otorgar los últimos sacramentos. En su desesperación debido a la distancia, y con el consejo de su sacerdote consejero, fue autorizado para hacer la señal de la cruz sobre su abuelo moribundo y acompañarle mano tomada en los últimos momentos. No solamente le acompañó, además le vistió y arregló para darle la dignidad requerida. Pero también, en ese mismo día, y luego de lo acontecido, sin decir nada a nadie, atendió cinco compromisos laborales ya pactados (aunque pudiendo cómo dicen los taurinos, ¨entrar al quite¨). ¿Cuántos no cancelan un compromiso por un simple dolor de cabeza o unas copas de más?
Estoy seguro que este joven será un buen sacerdote.
Pero también estoy seguro que parte de la crisis que hoy vivimos en el mundo se debe, como sucede en El asno de oro de Lucio Apuleyo, a que es hoy Afrodita quien reina: La diosa de la pasión, la lujuria, los excesos, la vida fácil, el consumismo enfermo y la cobardía.
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