Rutilio Grande y compañeros: mártires por la fe y la justicia

El sacerdote jesuita Rutilio Grande y sus dos acompañantes, Manuel Solórzano y el joven Nelson, fueron emboscados y asesinados en la carretera que conduce a El Paisnal, en El Salvador, el 12 de marzo de 1977. Al padre Rutilio lo mataron por promover la alfabetización y la organización comunitaria de los campesinos. A Manuel y a Nelson, por acompañar al padre Rutilio y por formar parte activa del trabajo pastoral. El objetivo de este crimen orquestado por los terratenientes de la zona era debilitar las acciones de un plan pastoral que atentaba contra sus intereses económicos. Recordemos que a muchos terratenientes les venía de maravilla tener un campesinado ignorante y desorganizado porque así era más fácil manipularlo y explotarlo.

Han pasado 43 años y pareciera que, si el padre Rutilio actuara hoy en nuestras comunidades rurales, sería nuevamente asesinado. Su apuesta pastoral, si bien estaba bañada de la doctrina social de la Iglesia, parece saltar en el tiempo y logra identificarse con las luchas y la persecución que siguen sufriendo muchos líderes sociales y ambientales. Baste con nombrar a la hondureña Berta Cáceres, asesinada el 3 de marzo de 2016 por oponerse a la construcción de una hidroeléctrica en un territorio indígena lenca; al colombiano Carlos Aldairo Arenas, líder ambientalista asesinado por sicarios, cuyo cuerpo fue encontrado sin vida el 9 de noviembre de 2019, y a la guatemalteca Dominga Ramos, defensora indígena de los derechos humanos asesinada en Suchitepéquez el pasado 5 de marzo. ¿Qué merece una sociedad que asesina a sus líderes? ¿Por qué normalizamos la desaparición física de aquellos que promueven la justicia social? En Guatemala, en el primer semestre del 2018, se reportaron 13 líderes sociales asesinados, según datos de la Udefegua.

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En razón de su pertenencia a la Iglesia católica, el pasado 22 de febrero la oficina de prensa de la Santa Sede promulgó el decreto emanado de la Congregación para las Causas de los Santos, que reconoce «el martirio de los siervos de Dios Rutilio Grande García, sacerdote profeso de la Compañía de Jesús, y dos compañeros, laicos, asesinados en El Salvador por odio a la fe el 12 de marzo de 1977». Con dicho decreto, la Iglesia salvadoreña puede iniciar la preparación de la futura beatificación del padre Rutilio y de sus compañeros y al mismo tiempo exigir una reflexión sobre las circunstancias históricas que desencadenaron dichos asesinatos.

Los Estados, si bien no poseen estas categorías religiosas, tendrían que establecer algunos mecanismos para por lo menos reconocer la lucha y honrar la sangre derramada de los líderes sociales y ambientales. Pareciera que, en vez de dignificar su memoria, se ocultan los hechos y se protege a los sicarios contratados por empresas. A nivel religioso, la Iglesia católica reconoce el martirio y con ello pretende hacer que perdure su testimonio. Ahora toca preguntarles a los Gobiernos si están dispuestos a reconocer, dignificar y honrar la vida y la causa de los líderes sociales y ambientales asesinados en nuestra región latinoamericana.