De hecho, el título Roma y Jerusalén refiere a la obra de Moisés Hess, en alemán: Rom und Jerusalem, die Letzte Nationalitätsfrage (en castellano, Roma y Jerusalén: La última cuestión nacional). Dicha obra, de 1862 es una de las más determinantes en la conformación del sionismo socialista. Hess, quien había sido influenciado fuertemente por Marx, articulará la necesidad de rescatar el nacionalismo judío de entre los diferentes nacionalismos europeos, a manera de una identidad de resistencia. Y entonces así, el Estado Moderno de Israel, que hoy es defendido ampliamente por los más recalcitrantes sectores de las derechas, resulta que tiene profundas raíces en la utopía socialista. Hess planteaba la construcción de una utopía socialista en el Oriente Medio. Puntualmente consideraba necesaria la construcción de un marco social profundamente igualitario con base en la herramienta del trabajo manual, la eliminación de todas las diferencias y la abolición de la propiedad privada.
Casi tres décadas de la experiencia del kibutz en Israel produjeron una sociedad igualitaria, profundamente horizontal, sin estamentos y con la capacidad de abrirse a las demandas de los nuevos sistemas políticos. Pero de fondo, cómo lo reconoce Shlomo Avinieri (profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén), la democracia israelí moderna no se puede entender sin el requerimiento de servir en la milicia (hombres y mujeres), afiliarse a un partido político y ejercer el voto, siendo estos los ´grandes deberes republicanos´ que todos deben cumplir para construir el ´bien civil mayor´. Esto no podría suceder sin un residuo socialista que haya enseñado que cada quien sirve obligatoriamente a finalidades colectivas más importantes que el interés individual.
En efecto, esta cuarta entrega quisiera poder abordar directamente la experiencia del kibutz como mecanismo igualador y paso previo en la construcción de una ciudadanía moderna así como referir al peso enorme que los partidos socialistas y comunistas tuvieron en la construcción del retorno a la democracia en España y en Italia. Pero, antes, hay puntualizaciones previas que deben hacerse.
Estamos refiriendo inicialmente en este contexto, a una propuesta de fuerte índole comunitario-colectivista, separada de la utopía y experiencia soviética. Este punto resulta increíblemente difícil de comprenderse en los entornos altamente ideologizados (en ambos espectros). No toda propuesta de corte socializador, ´igualador de los estamentos´, crítico de la propiedad privada y con orientación hacia la redistribución de la riqueza es per se material de la lectura del marxismo eslavo.
Europa sur (como referente de procesos de reconstrucción institucional) ofrece algunas luces interesantes. Haré referencia a dos de ellos, tratando de realizar un tratamiento serio a pesar del corto espacio.
En la España de 1972, el PSOE de Rodolfo Llopis (llamado posteriormente Partido Socialista Popular –PSP) intentó conseguir el apoyo de la Internacional Socialista para desplazar los esfuerzos renovadores del PSOE de Felipe Gonzáles. Rodolfo Llopis no fue un buen conciliador, pero al final, toda la suerte del abanico de partidos políticos españoles en el espectro centro izquierda (sumado a los comunistas) crearon en 1974 la Junta Democrática de España. El Partido Socialista Popular (PSP), el Partido Comunista de España (PCE), el Partido Carlista y el Socialista Renovado construyeron la plataforma de oposición al régimen con un agenda de 12 puntos medulares: La formación de un gobierno provisional, la amnistía, la legalización de los partidos políticos, la libertad sindical, los derechos de huelga, la libertad de prensa, la independencia del poder judicial, la neutralidad de las Fuerzas Armadas, el reconocimiento bajo la unidad del Estado español de la personalidad política de los pueblos catalán, vasco y gallego, la separación de la Iglesia y del Estado y, la celebración de una consulta popular.
El resultado final, una España que transitó por el carril institucional, con el vehículo de los partidos políticos, sin olvidar el proyecto solidarista.
¿Y qué decir de Italia? Muy bien lo sintetiza Perry Anderson en su lectura sobre Bobbio, quien intentó por mucho tiempo que el comunismo italiano rompiera la alianza con el proyecto soviético. Fue así entonces que Bobbio publicaría Democracia y dictadura, con la intención de mostrar que ´el marxismo había subestimado el valor del legado liberal de la separación y limitación de poderes, y que si el PCI evolucionaba hacia marcos de aceptables en el mundo occidental, debería tener mayor comprensión de ellas´.
A fines de 1973, el Partido Comunista Italiano generó una alianza estratégica con la Democracia Cristiana, generando el llamado Compromiso Histórico. Italia, al igual que buena parte de Europa, llegaría a entender que la democracia representativa, como la forma política de una sociedad libre es imprescindible, y solamente desde allí es posible la construcción de la sociedad justa, de una sociedad con menos diferencias. Para 1976, el PCI había renunciado formalmente al leninismo.
¿Hay una moderación de los tonos ideológicos en la medida en que la participación se permite sin discriminación alguna? ¿Cuándo todas las voces pueden opinar? Y, si esto es así, ¿Es posible reivindicar los ideales de la sociedad mayormente igualitaria (o acercarse lo más posible a la igualdad radical)? De fondo, otra pregunta. ¿Se puede construir la democracia sin experiencias que reduzcan los estamentos? ¿Las izquierdas se hacen más institucionales en la medida en que los estamentos desaparecen?
En efecto, son preguntas complejas pero la experiencia de Europa Sur parece corroborarlas. No se entiende Europa, ni se puede entender lo que ´es ser europeo´ –realmente– sin entender ese discurso que permanentemente llama a recordar Roma y Jerusalén. Por ello es que, no importa tanto cómo Europa salga de la crisis sino la forma en que lo haga: dejando o no detrás, el Estado de Bienestar.
Queda claro, por cierto, que la transición en el caso centroamericano es muy diferente. Y ello explica mucho de los actuales problemas.
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