Después de escuchar lo que decían de él, se levantó de la mesa, tomó el micrófono, marginó el podio, y dijo con una voz tan clara que tenía ganas de esconderse y salir corriendo, que le daba un poco de pena que tantas cosas buenas y tan bien dichas, no mostraran otras verdades menos virtuosas. Agradecí a la vida la oportunidad de compartir el tiempo y la tierra con ese hombre, de conocerlo en carne y hueso, y que me enseñara que la inteligencia y el gran corazón, nunca son amigos de la soberbia y el orgullo.
“Al atardecer de la vida…”, se puede leer en varias vías, como bien dice Iduvina Hernández, pero es un libro guiado en todo momento por el mismo Ricardo Falla. Nos contextualiza cada texto antes de comenzar a hablar de Comunidades de Población en Resistencia, de quién deberíamos de aprender tanto más, nos habla del amor y de enamorarse, nos habla de fe, de juventudes –la propia y de la de otros–, del Quiché, de la paz en Guatemala, de soldaditos de coca-cola. Da cuenta de una historia que escribe valientemente con poca distancia de cuando sucedió, y sigue hablando de ese presente que sigue vivo para muchos, y que se traslapa con el pasado, pero también en el futuro de todos: nos habla de nuestra historia, y nos muestra que ésta tiene en este país mucho de hoy. Es un padre jesuita, un antropólogo, es un centroamericano que camina con la convicción de que lo que ha vivido es para compartir, como mera esencia de la vida.
La historia de Guatemala intermitentemente se muestra como un abismo de incertidumbre, de ideologías radicales que son incoherentes con la concepción del ser humano y la vida como el valor más importante, acá se enseña que nada cambia, porque nada se deja cambiar desde el poder, las distancias entre los mundos urbanos y los rurales no se cuentan exactamente en kilómetros, sino en indiferencia, en abuso, en desinformación, en historia negada.
Guatemala lucha a diario contra la desesperanza, es una batalla por no morir en vida. Las palabras de Ricardo Falla son hoy, esta noche que escribo, mi razón para la esperanza, para no desistir en pensar que después de cada atardecer, si se mantiene firme en la noche, se tiene aún otro día para luchar, desde los gestos más pequeños, hasta las acciones más grandes. Éste es mi llamado para sostener el sentir de un corazón que late por la construcción de realidades más humanas, que nos hereda en vida Ricardo Falla y tantos otros de quien escribe y ha escrito.
Gracias a AVANCSO, el Instituto de Investigaciones del Hecho Religioso de la URL y a la Editorial Universitaria de la USAC por el trabajo, la dedicación, las palabras durante la presentación del primer volumen y por permitirnos conocernos e interpelarnos a nosotros mismos, a través de Ricardo Falla.
Más de este autor