Una reforma tributaria siempre es una amenaza a la preciada popularidad de un presidente: pocas cosas son tan impopulares y odiadas como los impuestos. Pero ni los gobernantes ni los impuestos están para ser populares, sino para hacer cumplir un contrato social: tienen que ver más con responsabilidad que con popularidad.
Pero ese ideal se sigue en poquísimos casos. Por ejemplo, en mayo de 2013, Otto Pérez Molina se asustó al ver que una encuesta reportó una caída en su popularidad y reaccionó dando marcha atrás al incremento al impuesto sobre circulación de vehículos, revés que ordenó aplicar de inmediato, sin importarle que eso violaba el numeral 2 del artículo 7 del Código Tributario. Fue una lástima porque, bien usado, el incremento a ese impuesto pudo haberse destinado a solucionar la tragedia diaria del transporte público de pasajeros: una transferencia justa de quienes gozamos la comodidad del vehículo particular para financiar el alivio a quienes sufren el calvario del transporte público.
Pero bueno. Ahora sabemos que el uso correcto de los recursos era en lo que menos pensaba Pérez Molina. No le importó la responsabilidad de usar correctamente una reforma tributaria, y toda su atención se fijó en mantener su popularidad, una pantomima que debía cubrir el hecho de que él, Baldetti y el resto de su gavilla corrupta se forraban robando el erario público. Y ahora que eso se sabe, causa rabia y desconfianza muy profunda.
Hoy es el turno de Jimmy Morales. Gozó de popularidad altísima durante su campaña electoral, ganó las elecciones porque acumuló los votos en contra de otros y convenció ofreciendo cosas que hoy la realidad le obliga a incumplir. Entre otras promesas mentirosas y demagógicas ofreció que no subiría impuestos, pese a que se dijo una y mil veces que los datos y análisis técnicos de la situación de las finanzas públicas evidenciaban lo contrario. Ahora presenta una reforma tributaria con medidas agresivas, como incrementar en 231 % el impuesto específico a la distribución de dísel (el cual pasaría de Q1.30 por galón a Q4.30), y debe enfrentar el enojo ciudadano por la promesa demagógica incumplida.
Sin embargo, no todo está perdido para Jimmy Morales y su gobierno. Si logra la aprobación de su propuesta tributaria, por supuesto que perderá una cuota importante de popularidad. Pero, si corrige su propuesta (por ejemplo reemplazando el incremento al dísel por otro mecanismo menos dañino) y demuestra un uso correcto, honesto y transparente de los recursos, por ejemplo apoyando a la nueva ministra de Salud, superando la crisis actual, erradicando los abusos y el desorden administrativo en hospitales y puestos de salud y haciendo lo mismo en educación y seguridad, al final del día lo que la gente quiere y necesita puede que no sea popular hoy, pero el presidente pasará a la historia por haber sido responsable y haber hecho lo correcto.
Las experiencias recientes apuntan a que la probabilidad de que el presidente sea responsable y haga lo correcto es realmente baja. La desconfianza es muy grande, y como sociedad llevamos las de perder una vez más: corremos el alto riesgo de descubrirnos engañados por otro gobierno corrupto y ladrón.
Solo Jimmy Morales sabe quién es en realidad y qué hará. Con la propuesta de reforma tributaria, seguro dejará de ser un presidente popular y divertido. Está en él jugársela y demostrar si será un corrupto más a la lista o el estadista improbable que le dé un giro a Guatemala para empezar a mejorar.
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