Hacerlo, además, frente las decenas de páginas de periódico repletas de buenos análisis de la realidad, de opiniones más certeras o punzantes para la opinión pública guatemalteca. Y si vamos a algunas páginas antes, nos topamos diariamente con aquellas noticias que desalientan, entre tantas muertes banalizadas y laberintos sin salida de corrupción, violencia, pobreza inducida y tantos otros nombres que se le pueden dar a los hijos de la política de hoy. Es ahí, en ese punto, en donde una se pregunta por qué y para qué hacer esto, si sirve de algo.
Me pasó precisamente hoy, y recordé que alguien a quien le comenté lo mismo que tú escribías en tu columna, me dijo que te había leído el martes. Regresé a leerte en “Geografía”, y me sentí de nuevo identificada. Ser idealista no ha servido de mucho en este país, es cierto; hay más lumbreras que nosotros, me sumo a esta observación, pero todo sigue igual, lo que también me hace cuestionarme en qué puedo yo colaborar.
Por mi lado, ahora que lo pienso, nunca he visto escribir en la Plaza como un acto de ciudadanía, y me pregunto si es porque no siento realmente mi relación con el Estado, a no ser para desesperarme cada vez que me toca ir a la SAT, y enojarme hasta que me duela el estómago cada vez que mis con-ciudadanos hace gala de racismo y clasismo. ¿Cómo llamar a esa relación no con el Estado pero sí con los movimientos y las resistencias que hacen política diferente y buscan construir una organización colectiva diferente? Es una ciudadanía también, pero de otro Estado.
Pero respondiendo a tu pregunta, no creyendo tener la verdad, pero sí la certeza que la interrogante permite el diálogo y que éste construye sueños en colectivo, creo que hay cosas que nos toca hacer a nuestra generación.
Por mi parte, ya no soy tan optimista en que nuestra generación va a hacer una transformación profunda de nuestra realidad. No creo que seamos la vanguardia, ni mucho menos. Lo que no ha cambiado en 500 años no cambiará en unos 40 que me quedan, si tengo suerte. Aunque estoy presta a no tener la razón. Pero aun así, el cambio ya vendrá, siempre viene. Debemos ser lúcidos para saber reconocer, entre tanta mentira y engaño que viene de todo tipo de organización política, no sólo partidos sino también algunas organizaciones sociales, reconocer la propuesta a la que nos podemos sumar. Hacer nueva política, redefinirla. Encontrar lo político – en tanto relaciones de poder plurales– una manera de ir creando nuevas maneras de ser sociedad.
Pienso que nuestra generación, se encontrará con muchos problemas de país, que nos llevarán al límite de nuestra humanidad. Frente a esta realidad que ya vivimos, me gusta creer que parte de nuestro aporte generacional es no perder nuestra sensibilidad y nuestra esperanza. Es reconocer y ser parte de la lucha por la vida y la dignidad en cualquier resistencia, movimiento y propuesta política, y tomar partido en cualquier conflicto y problemática venga de donde venga. Con esta seguridad del valor más elemental, abrir brechas, grietas, caminar hasta el cansancio en el camino ético que nos hemos propuesto. Así, amortiguar, aguantar el peso de la historia negra que vivimos, y contar que frente a esa realidad que abarcaba todo, hubo quién no se vendió (si me caso, hemos dicho que ésta será una de las promesas frente al altar).
Apuesto, para muchos con las de perder, por el pensamiento crítico que se fundamenta en la historia. Desde dónde escribimos y cómo lo hacemos damos otro punto de vista a esa ola de gachos columnistas y comunicadores que repiten una y otra vez mensajes de odio, de irrespeto, de indiferencia. Dejamos huella, muy humilde, para lo que le enseñaran a las nuevas generaciones en sus libros de texto en unos años. Habrá otras voces que dirán que la historia de este país poco tiene que ver con la oficial.
PD: Un día, un amigo economista me dijo que cuando cambia algo en el mundo, por más chiquito que sea, el mundo no es el mismo, ha dejado de ser quién es. ¿Cuánto mide o pesa un corazón, Juan Miguel Goyzueta?
Más de este autor