Sin permitir que sus filas fueran permeadas por agentes generadores de violencia, sin gritos ni insultos, sin pintas ni quema de llantas, los dirigentes de los 48 Cantones permanecieron hasta la madrugada del jueves 18 de agosto en el Congreso de la República para lograr su cometido.
Ellos saben que esa iniciativa solo fue engavetada y que no es prudente confiar ciegamente en la palabra de un diputado (mucho menos si es oficialista); pero también saben de su fuerza moral, de su capacidad de organización, de su articulación como pueblos y del legítimo respaldo de los suyos. Por ello advirtieron que (de saberse engañados) están dispuestos a tomar otras medidas (legales y justas) porque su poder, según hicieron notar, «radica en el servicio y la búsqueda del bien común»[1].
Un ejemplo de su capacidad de gobernanza es su Bosque Comunal. No se trata solamente de un boscaje. Es todo un andamiaje de principios que sostiene un constructo de inclusión social, equidad de género, respeto a la naturaleza, racional explotación y en consecuencia una rentable sostenibilidad. No es algo nuevo, dura ya más de cuatro centurias. Allí está ese bosque, enhiesto, dando testimonio de la capacidad de autogobierno de los 48 Cantones.
El vicepresidente de la Junta Directiva del Congreso les dijo: «Agradecemos y valoramos la manera que ustedes han venido al Congreso con mucho respeto y buscando consenso, por eso desde que ustedes le hacen la petición a la señora presidenta (del Congreso, Shirley Rivera) se han venido evaluando qué salidas legales podemos tomar. Estamos escuchándolos y prueba de ello es que no se agendó la iniciativa ni se va a volver agendar»[2].
Esta respuesta fue respetuosa, pero poco creíble para muchas personas. Por esas razones, —la poca credibilidad de los diputados y el hecho de que la iniciativa siga viva—, llevó a los dirigentes de los 48 Cantones a advertir de sus posibles posturas en caso de incumplimiento.
En ese momento no les quedó otra salida a los diputados. Las distensiones que estamos viviendo son muy fuertes. Guatemala está en el ojo de un huracán que sobrepasa la fuerza de las tormentas Eta y Iota (sí, así se escribe: Eta y Iota). Saben que un chispazo puede provocar un estallido social. De ello advertí en mi artículo En ruta a la semana trágica de 1920 publicado en Plaza Pública el 22 de agosto de 2021: «Tres causas fueron los detonantes en aquella ocasión: el mal manejo de la pandemia de influenza por el gobierno del dictador Manuel Estrada Cabrera, el hartazgo de las capas medias con relación a las felonías del mandatario y el violento despertar de muchos segmentos urbanos empobrecidos, sumidos en la miseria intelectual y moral»[3].
Ahora que se repite aquel contexto —pandemia, hartazgo de las capas medias y la violencia en muchos segmentos urbanos empobrecidos—, también se suma la intervención de grandes colectivos no capitalinos. Uno de esos colectivos está integrado por los 48 Cantones de Totonicapán. Y para nuestro coleto, nos están poniendo sobre la mesa un ejemplo incuestionable de organización y de digna resistencia.
Para el recién pasado miércoles 24, el batiburrillo (mescolanza de palabras inconexas que se contradicen) ya estaba de vuelta en el Congreso. Para unos diputados, incluida la Junta Directiva y su presidenta, «la iniciativa 6076 ya se encuentra en segunda lectura y de ser incluida en un futuro en la agenda legislativa tocaría que se conociera en la tercera lectura y redacción final»[4]. Para otros, no pasó de la primera lectura. Así son ellos de absurdos, así son ellos de insensatos.
Ante ese escenario, vale la pena recordarles a los diputados: los 48 Cantones de Totonicapán están a la expectativa. Y con ellos la población entera que, dicho sea, paga sus altos salarios.
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