Resiliencia, resistencia y positivismo

Una amiga acaba de enviarme un video en el cual una sobreviviente del cáncer, que sufrió también dos amputaciones, literalmente se pone de pie sobre sus prótesis mientras explica la importancia de una actitud positiva frente a las adversidades. Por supuesto, mi reacción en esos mensajes tiende al escepticismo porque una mujer blanca, atractiva, europea, con prótesis de tecnología avanzada y un discurso fluido e interesante me hace pensar en sus condiciones materiales atípicas para el promedio en este planeta.

Pero Sara Andrés, atleta y maestra, no deja de tener razón cuando dice que tenemos que lidiar con la dimensión personal de los problemas. Y entonces, si la pobreza u otro eje de diferencia nos aflige, también en esas circunstancias deberíamos luchar con lo que tenemos y encontrar la forma de reír, resistir, lidiar con cada día y confiar en que esa energía no se apagará en nosotros.

Resulta que la resiliencia como una característica individual tiene muchas aristas, pero la que más me gusta es la capacidad de utilizar el sentido del humor en la sanación ante adversidades y como recurso táctico para levantarnos, sacudirnos el polvo, poner las cosas en su lugar y seguir viviendo, pues, desde una posición de desventaja, frente a la hegemonía neoliberal y religiosa, es fácil perder la alegría.

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Por eso quiero enfocarme en la lucha desde el plano individual, ese que nos tocó y que no podemos cambiar al menos de inmediato, pero que podemos asumir o reacomodar para facilitarnos la vida, para mostrar empatía y solidaridad sin recurrir al pensamiento mágico religioso o a otras adicciones.

Reconozco que es más fácil decirlo que hacerlo. Yo, por ejemplo, trato de entender qué pueden sentir millones de mujeres y niñas que viven bajo la amenaza de la violencia en todas sus formas, pero nunca lo viviré como ellas. Tampoco experimento el racismo ni otras formas de discriminación que me agobien, ya que vivo con privilegios y no me afligen en lo cotidiano. Pero conozco personas fantásticas que ante adversidades monumentales sonríen, comparten amor, sororidad, y actúan coherentemente: personas que dejan de lado las pobrezas, los dolores, las enfermedades, y encuentran sentido en el cuidado de sí mismas, de alguien más, de un animal o de un bosque.

En este país no existe una política pública de salud mental. Para la mayoría ni siquiera hay acceso a la terapia y a la medicación para tratar la depresión. Y si la patología es más compleja, ni hablar del asunto. Pero aun así la gente fabrica chistes de las cosas más terribles, como mi abuelito, que se reía de las desgracias ajenas y propias sin ninguna vergüenza.

La primera trinchera que debemos proteger en tiempos de desesperanza es la integridad individual y la capacidad para luchar, resistir y vivir intensamente, algo que siempre será más fácil dejando atrás la obediencia y retándonos a pensar con libertad. Hubo épocas peores que esta y hubo gente que sobrevivió. Sobrevivamos con una sonrisa que pasemos a las generaciones que nos siguen.