La literatura sobre resiliencia es muy extensa y compleja, de modo que es imposible hacer una revisión de las principales posturas sobre el tema en un espacio tan reducido como este. Sin embargo, todos los enfoques sobre resiliencia enfatizan la subjetividad: al final, son las características extraordinarias de algunos individuos las que hacen la diferencia. El modelo de los pilares, desarrollado por los especialistas que conocen la realidad de Latinoamérica, enfatiza cuatro aspectos fundamentales: 1) los valores, las actitudes, las cualidades y los procesos mentales que permiten al individuo sobresalir en su entorno (yo soy); 2) las redes familiares o profesionales a que tiene acceso el individuo (yo estoy); 3) los recursos organizacionales, estructurales o institucionales a los que tiene acceso (yo tengo); y 4) los apoyos culturales, estructurales y estatales disponibles (yo puedo).
Las entrevistas a profundidad que he estado haciendo enfatizan un menú de características protectoras diferentes para cada caso. Lamentablemente, con frecuencia aparecen un Estado ausente, unas leyes casuísticamente aplicadas o mal diseñadas para proteger intereses espurios y una respuesta débil, si no mal estructurada, de las instituciones encargadas de velar por el bienestar individual o colectivo de las comunidades estudiadas. Cada caso nos sitúa en el entorno de un Estado anómico y de una larga lista de problemas irresueltos que solamente adquieren importancia cuando algún actor político quiere aprovechar el caso para obtener beneficios personales o partidarios: el clientelismo político en sus múltiples facetas.
Llama poderosamente la atención que pueden tipificarse diversos modelos de resiliencia: quienes solamente aceptan las condiciones del entorno se vuelven individuos resignados y pasivos. A la pregunta de si quisieran vivir en otro lado, algunos entrevistados respondían resignadamente: «¿Dónde no hay problemas? En todos lados hay delincuencia y corrupción» (resignación).
Los individuos de un segundo tipo de resiliencia luchan mucho tiempo contra las condiciones imperantes e intentan cambiar el entorno. Lamentablemente, en algunos contextos muy polarizados, con intereses económicos o políticos poco transparentes y con altos niveles de corrupción, tal actitud puede entrar en coalición con los intereses espurios. En tal situación, el intento de cambio puede ser una sentencia de muerte (rebeldía). Las niñas del Hogar Seguro Virgen de la Asunción o la joven atropellada por un conductor irresponsable en la San Juan bien podrían haber constituido casos de resiliencia en sociedades con condiciones institucionales, culturales y políticas diferentes.
Una última versión de la resiliencia es la que se conoce ampliamente: los casos en los cuales los cuatro niveles o pilares de la resiliencia contribuyen a la transformación exitosa de los problemas de corto, mediano y largo plazo.
Mientras sigamos teniendo un Estado corrupto, estamos condenados a la resignación y a la rebeldía: muy poco podemos hacer por transformar realmente las condiciones estructurales que nos llevaron a la crisis institucional tan profunda que tenemos desde abril del 2015, a menos, claro está, que luchemos por cambiar realmente el sistema. El proceso apenas empieza, pero, si no lo llevamos a cabo, les negaremos a nuestros hijos y nietos la posibilidad de una mejor Guatemala.
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