Más allá de ironías y sarcasmos que pueden o no movernos a la risa, el tema es literatura humorística.
Por lecturas propias tengo tres referencias. La más inmediata es Lo demás es silencio, de Augusto Monterroso. Me parece una obra de arte porque toda la novela es una tomadura de pelo y la hace única el hecho de que muchos lectores ni llegan a enterarse. También es la única novela del escritor.
La segunda referencia está entre naufragios de la memoria. Se trata de Enrique Jardiel Poncela, un prolífico autor que conocí en la niñez y que luego desapareció junto con ella. Amor se escribe sin hache flota de pronto.
No puede quedar fuera Miguel de Cervantes con su quijote de la Mancha, pero esa es materia de un libro, y no de un párrafo. La obra hace reír, pero trae adosadas la compasión y la ternura como fórmula irrepetible.
En los últimos años leí obras que no son portentos literarios, aunque hacen que el lector suelte carcajadas dondequiera que se encuentre: en una clínica, en un bus, en un avión o en un café. Pero no son de autores españoles o latinoamericanos, como me gustaría.
El libro que más me ha hecho reír es de Bill Bryson (quién además escribió Una breve historia de casi todo, la obra de educación sobre ciencia más extraordinaria que haya leído). Se trata de Aventuras y desventuras del chico centella. El libro es autobiográfico y narra la niñez del autor.
Le sigue A confederacy of dunces (La conjura de los necios), de John Kennedy Toole. Como triste detalle, el autor y su obra fueron rechazados por todas las editoriales a las que presentó el libro, y ese rotundo rechazo lo llevó al suicidio a la edad de 32 años. Su madre siempre creyó en el talento de John, y su tenacidad consiguió que la obra fuera publicada. Fue más que un éxito de librería, pues ganó el Premio Pulitzer de ficción en 1981.
Quizá le siga Paternidad, de Bill Cosby, quien hoy tiene derecho a permanecer callado y todo lo que diga será usado en su contra. Mal final para alguien que se ganó la vida hablando.
How to Lose Friends & Alienate People (Cómo perder amigos y alejar a las personas), de Toby Young, es otra obra representativa del género. El libro, autobiográfico, convierte en un éxito comercial la historia de malas decisiones y compañías equivocadas de un periodista.
Termino con Dead Sexy (publicado en español como Sexi de la muerte), de Kathy Lette. Escrito por una mujer, el libro contiene frases como «¿Por qué los hombres se sienten atraídos por las mujeres inteligentes? Porque los polos opuestos se atraen», o «Los hombres son como los huracanes: nunca sabes cuándo van a venir, cuánto se van a quedar... ni qué potencia van a tener».
Dejando aparte a Augusto Monterroso y a Cervantes, en los libros anteriores se aplican fórmulas de humor que podríamos llamar de laboratorio. Desde los recursos del tipo pastelazo en la cara, pasando por situaciones del absurdo, la exageración, las comparaciones inesperadas, el lenguaje fuera de tono pero en el lugar correcto, la solemnidad completamente fuera de lugar y las salidas ingeniosas.
Jamás me presentaría como crítico literario. Soy nada más un lector compartiendo su experiencia. En esta nota me pregunto cómo el idioma español, tan rico en recursos, no nos ha dado humoristas modernos que exploten las fórmulas conocidas y experimenten con algunas nuevas. O quizá ya estén allá afuera, y los lectores se servirán reivindicarlos en la sección de comentarios.
¿Acaso no sería un cataclismo de felicidad encontrarnos con un escritor que hiciera en el papel lo que Les Luthiers hacen en el escenario? Ellos son los amos y señores del inteligente doble sentido, del malabarismo juglar con las palabras y del humor con métrica.
Valga cerrar con la frase que Jardiel Poncela mandó grabar en su propia tumba: «Si buscáis los máximos elogios, moríos».
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