Guatemala vive un momento inédito, con cambios de naturaleza democrática que pueden tener largo alcance, e introducir una nueva manera de vivir en democracia. Ello, por supuesto, si no se produce una restauración conservadora, que un amigo con imaginación histórica define como termidoriana. Lo que no se aplica de manera literal, pues son dos procesos que en nada se parecen, pero el término sí hace referencia a situaciones progresistas o modernizantes que en un momento dado llegan a un punto en donde lo que tiene lugar es el inicio de la involución. En el caso que da origen al término se trata acaso de la revolución más clásica en sentido estricto, mientras que en el otro, se hace referencia a cambios tímidos, si se quiere así llamarlos, que arrancan con las concentraciones pacíficas de las plazas en 2015, y que dan como resultado las reformas que tienen lugar en la actualidad, en donde siempre existe el riesgo de la restauración del viejo modelo político; aunque algo debilitado, pero de naturaleza oligárquica.
Es el caso de las principales reformas que han visto la luz en los últimos meses. Y aquellas pendientes que ya están agendadas. No obstante, las dudas persisten y el alcance de las reformas aparece como muy limitado. Quizás lo más relevante haya sido el intento por recuperar la política, de hacer que la misma fuera el parámetro para todos los sectores de la sociedad guatemalteca y especialmente, para el propio sistema de partidos políticos. Los esquemas prevalecen sobre el análisis de lo que realmente ocurre en el día a día. Hay reformas en curso, asistimos a lo que puede ser denominado como el despertar de la justicia, lo cual no es algo menor. Sin embargo, hay una especie de temor por reconocer que se dan pasos en la dirección que alguna vez se pensó excluida del país. Al grado que hemos asumido el estilo conservador del país como algo natural. Queda la impresión de que existe un acusado temor por el éxito, el triunfo, aunque sea de naturaleza parcial.
No hablo del desenvolvimiento de una revolución democrática ni de algo por el estilo. Eso sería intentar juzgar el proceso actual con parámetros viejos. Menos de expresiones de lucha de clases, pues eso sería aún más cuestionable. Pero tampoco hablo de unidad nacional para los cambios, ya que ello no existe, o al menos, no tiene expresiones organizativas reconocidas. Igualmente no hablo de una ruta o de algunos objetivos comunes, pues eso es parte del rumbo que debemos construir. Me limito a poner datos concretos y una que otra reflexión sobre esta época que nos toca vivir y sobre las cosas que están ocurriendo en la vida cotidiana desde abril del 2015.
Es algo que me preocupa, pues observo a veces que se sobreponen en el análisis categorías de distinto origen. A las reformas en el ámbito de la justicia se contrapone todo lo pendiente en lo económico. A las formas de movilización social se le exigen comportamientos que solo tienen lugar en el imaginario de algunos analistas. Las reformas políticas son, desde las ópticas señaladas, limitadas, incluso espurias. El país vive, por decirlo de alguna forma, en dos velocidades, o tres o muchas.
Los consensos son realmente escasos. Es una práctica en la cual no nos hemos educado, pues predomina la idea de pequeños espacios cual cotos cerrados. Se dice siempre lo que falta pero no se ve lo que se avanza poco a poco, como si se buscara lo espectacular, definitivo e inapelable, sin detenerse a ver los ladrillos que se colocan día a día desde aquel lejano 25 de abril. No nos damos cuenta de que el país se mueve, a su ritmo, en sus propias claves. Pero de que se mueve, se mueve. Y eso es parte de lo que me interesa destacar, no para teorizar sobre lo que pudo haber sido y no fue, o sobre lo que nos imaginamos que es o lo que imaginamos que fue, sino para establecer con datos duros y observación del día a día, que el país como digo, se mueve.
Así, se exige justicia como si ésta no existiera, cuando hay decenas de exfuncionarios y de empresarios detenidos y en procesos judiciales. Pero eso no se analiza: se exige que otros sean los detenidos. Al mismo tiempo, hay activistas sociales que luego de procesos con múltiples anomalías son liberados, en una muestra de que hay intentos de abrir una nueva época en el comportamiento de la justicia.
Se exige que el Congreso sea depurado y no se toma en cuenta que hay casi dos docenas de diputados con proceso de antejuicio y que cuatro expresidentes del legislativo están declarando o en camino de hacerlo ante jueces competentes. Se exige que los “huevones” del Congreso trabajen y no se reflexiona sobre el dato de que en el periodo legislativo de 2016 se ha legislado más y mejor que en los cuatro años pasados. El discurso continúa sin cambios, sin nada que permita entender que hay un proceso encaminado hacia la recuperación de la institución de la novena avenida, del Ministerio Público, del Organismo Judicial y otras.
Parecería que en el fondo hay dificultad para entender un proceso de reformas de distinto calado, que pueden no ser espectaculares, pero que ocurren, a pesar de todo, en el ámbito de los poderes del Estado. Aunque existe otro tema que me parece podría ser explorado. Es la idea de que los cambios se deben producir de manera total, cambiando de raíz y por lo tanto la evolución no se considera. Por supuesto que no estoy haciendo ninguna referencia al viejo tema clásico de la reforma o la revolución. Es de otra naturaleza mi preocupación. Me refiero al análisis esquemático que se produce al tratar fenómenos políticos. Es el reino del blanco o negro, lo bueno o lo malo sin matices, sin análisis de nada. Es la idea de que la revolución o las reformas que se hacen no sirven pues son insuficientes o no llenan las expectativas que en algún momento nos hicimos, es en última instancia la dificultad para analizar los procesos sociales con algún nivel de seriedad y objetividad.
Queda la impresión de que hemos convertido el ejercicio de la política en el todo o nada, sin entender que si hablamos de nueva política estamos hablando de coincidencias, de consensos, de convocar fuerzas diversas para proyectos comunes, de analizar los procesos desde la realidad. Tratar de explicar o por lo menos documentar este proceso es el sentido y espíritu de este trabajo.